Más trabajo y menos fiestas
martes 01 de mayo de 2012, 09:10h
Con seis millones de
parados en España, además de un millón de hogares con todos sus
miembros en el desempleo, hablar hoy, día 1 de mayo, de fiesta
del trabajo hasta
puede parecer una provocación, y de hecho lo parece. Porque el
trabajo no es, hoy, una fiesta sino un bien escaso, que en otros
tiempos fue sede del orden, y ahora es desconcertante origen y
consecuencia de las injusticias sociales.
Hoy, en España (y
en otros países, pero especialmente en España por su desmadrado
índice de paro) hay personas para quienes la fiesta del trabajo, ese
bien escaso y huidizo, es una bofetada en el corazón de su
sensibilidad. Y ocurre en ambos extremos de la pirámide demográfica:
entre los jóvenes que no son capaces de acceder al mercado laboral
porque no tienen experiencia (y, a ese paso, nunca la tendrán), y
entre quienes, llegados a la cúspide de la formación y de la
madurez, son demasiado caros para las empresas, y pueden ser
sustituidos por gentes menos diestras y más baratas, incluso por un
robot.
Cuando Dios maldijo
al hombre diciéndole que "ganarás el pan con el sudor de su
frente", en realidad estaba trazando con su mano misteriosa una
bendición. Porque una división principal en la sociedad actual no
es la de derechas e izquierdas, sociables e individualistas, atletas
y sedentarios, carnívoros y vegetarianos, avaros y generosos, sino
que es la marcada por la raya que separa a quienes tienen trabajo de
quienes no lo tienen. Otra cosas es la calidad del trabajo, la
habilidad con que se ejerce, el precio a que está pagado, las
oportunidades que facilita, etcétera. Pero lo básico, lo
sustancial, lo medular es tener, incluso en un día festivo como el
de hoy, un remo en la lancha, una mesa en la oficina, un arnés en el
andamio, un micrófono en el estudio, un martillo en la mina o un
volante en las manos para adentrarse por los kilómetros de la jungla
de la vida.
Ojalá, demagogias
aparte de los políticos, y pinchadas las falsas profecías y
apaleados tantos engaños, todos los españoles y todos los
ciudadanos del mundo dispongan de un puesto de trabajo. Porque esos
puestos de trabajo existen,
no es necesario inventarlos ni crearlos de la nada. Basta con
terminar con la esclavitud y repartir con equidad, sin trampa y sin
abuso, las infinitas tareas que exige la misteriosa máquina del
mundo.
Y una nota final, que
no es una amenaza, que es algo que está en la calle: cada día son
más patentes los indicios de que, si no se alivia el problema del
paro, las calles de España pueden ser un infierno. No, no es un
grito de guerra: es una reflexión, sin duda discutible, como todas.