Acabar con la universidad pública a base de mentiras
lunes 30 de abril de 2012, 09:59h
Después de conocer las medidas adoptadas por el gobiernos para
"racionalizar" el gasto educativo en la universidad no sé bien qué es
peor, el ataque a la universidad pública con suponen o las mentiras que
el Ministro y los dirigentes del PP están diciendo para justificarlas.
La universidad española tiene problemas objetivos que son muy bien
conocidos porque han sido puestos de manifiesto por muchos estudios
empíricos realizados desde todos los enfoques ideológicos.
Sabemos que está mal financiada. No solo porque recibe menos recursos
que la media de los países de nuestro entorno y mucho menos que los
sistemas universitarios de vanguardia a los que siempre nos comparan
(las práctica totalidad de las 100 mejores universidades a las que
refiere el Ministro para decir que ninguna española está entre ellas,
están en países en donde se invierte en I+D el doble que en España).
También lo está porque la financiación que reciben las universidades se
dirige suficientemente bien y porque no hay suficientes mecanismos de
evaluación de su impacto, de su equidad, eficacia y rendimiento.
En casi la totalidad de nuestras universidades hay un claro desacople
entre demanda y oferta de titulaciones, y por supuesto también a nivel
global. Tanto las autoridades académicas como las políticas han asumido
el ineficaz e insensato criterio de que una universidad es mejor si
dispone de un completo abanico de titulaciones, lo que ha dado lugar a
duplicidades muy caras e inútiles y ha dificultado la especialización
que hubiera permitido utilizar mucho mejor los recursos.
La universidad española tiene también un problema grande porque no
está inserta en un auténtico sistema de enseñanza superior. En la
práctica no existe la formación profesional de máximo nivel, o la
enseñanza superior solo consagrada a la docencia más orientada a la
formación laboral de excelencia, y eso ha masificado también inútilmente
los centros universitarios con alumnos y profesores que deberían
encontrarse realmente en la enseñanza superior no universitaria.
Los
intentos de acercar los estudios superiores a las demandas del mercado
laboral incidiendo solo en la actividad universitaria sin desarrollar la
enseñanza superior no universitaria es una barbaridad porque
desnaturalizan a la primera que, por definición, no debe funcionar solo
para satisfacer a las demandas de los mercados o las empresas sino,
precisamente, para proporcionar la inteligencia colectiva que permita el
progreso que no es otra cosa que el cambio constante de las inercias
dominantes.
En gran parte, estos problemas subsisten porque el sistema de control
social ideado a través de los consejos sociales no ha funcionado. Y no
se puede decir que eso haya ocurrido por culpa de los universitarios.
Entre las presidencias y secretarias que ocupan dirigentes de partidos
gobernantes que estaban en el dique seco (por cierto con sueldos
desorbitados que se deberían hacer públicos) y que son muy poco
operativas y las personalidades que los confirman en otros casos sin
apenas capacidad ejecutiva sobre el funcionamiento de la universidad,
solo se ha conseguido que los consejos se dediquen a dar unos cuantos
premios, a ponerle unas algunas trabas sin importancia a los
presupuestos para hacerse notar y a muy poco más.
Para proponer soluciones a problemas como estos y a otros más que
puedan ponerse sobre la mesa, el Ministerio ha creado una comisión de
expertos formada por personas todas ellas de indudable mérito y
capacidad y del más alto nivel profesional o académico, pero de una gran
homogeneidad ideológica. Es fácil prever que si se dejan fuera del
análisis y de la posibilidad de hacer propuestas a quienes representan
sensibilidades y preferencias diferentes y que responden también a los
intereses de una buena parte de la población, las conclusiones a las que
se llegue estarán sesgadas y nunca responderán a las necesidades del
conjunto de la sociedad.
En cualquier caso, el gobierno no ha esperado a disponer de
propuestas para dar el hachazo y ha adoptado medidas que llama de
racionalización pero que simplemente representan un ataque sin
precedentes a la universidad pública española.
Ha modificado la dedicación docente del profesorado en virtud de un
supuesto criterio de dedicación a la investigación que no lo es y que lo
que va a conseguir es un doble efecto perverso: que sea todavía más
difícil que los profesores compaginen la docencia y la investigación y
que se puedan atender con eficacia las nuevas necesidades que plantea el
sistema de Bolonia que así va a perder lo único bueno que podía haber
traído consigo. Paralelamente el Ministerio ha dado un tajo brutal en
los Presupuestos Generales del Estado a los recursos destinados a
financiar la investigación, lo que se va a traducir en docenas de
proyectos paralizados, en mucha menos movilidad y en una menor presencia
de los investigadores españoles en la vanguardia de la ciencia
internacional. Y la disminución en el número y variedad de becas va a
impedir que los mejores talentos se dediquen a la actividad
investigadora si no son disponen de recursos propios. Más o menos lo que
va a ocurrir si la subida de tasas no se hace racionalmente, con
mayores criterios de equidad y con más becas o sistemas alternativos de
financiación de las matrículas.
Y, como decía al principio, el Ministerio ha tomado estas medidas
difundiendo una serie de datos erróneos, que realmente entran en la
categoría de mentiras cuando se repiten conscientemente, y que solo se
orientan a desprestigiar a la universidad pública española con el fin de
justificar el daño que se le hace. El Ministro Wert ha hecho
referencia, por ejemplo, a que en España hay un excesivo número de
universidades, cuando lo cierto es que hay menos por habitantes que en
los países que están en la vanguardia del conocimiento (en España hay
casi el doble de alumnos por universidad pública que en el Reino Unido y
casi seis veces más que en Estados Unidos; y prácticamente la mitad de
universidades de las que hay en California, en donde se inventó que
había solo 10); ha hecho mención erróneamente a los datos de abandono de
estudios (confundiendo la salida de la universidad con el cambio de
titulación) y ha exagerado sin fundamento el supuesto coste de ello;
utiliza los datos de desempleo de universitarios para afirmar la
ineficacia de las universidades públicas pero no los compara con la tasa
de paro general; y no tiene en cuenta que otros indicadores de eficacia
y rendimiento académico muestran que la universidad pública española
prácticamente está a la altura de las demás de nuestro entorno aunque
dispone de muchos menos recursos para la docencia y la investigación o
cuando gastamos la tercera parte en becas (Ver José Antonio Pérez García
y Juan Hernández Armenteros en Reforma universitaria: preguntas erróneas, respuestas incorrectas. El País, 16 de abril de 2012).
No puede ser casualidad que se estén difundiendo tantos datos falsos y
opiniones negativas sobre la universidad española justo cuando, en
lugar de abordar los problemas que tiene de verdad, se adoptan recortes
que son los que realmente van a impedir que cumpla con eficacia sus
funciones. Yo creo que no es ni mucho menos casualidad porque desde hace
tiempo sabemos que lo que está haciendo el Partido Popular en política
universitaria y educativa en general es lo que mismo que hace en el
conjunto de los servicios públicos: disminuir sus recursos, dejar así
que empeore su gestión y funcionamiento y propiciar de esa manera que se
vaya consolidando la provisión privada.
Si lo dijeran claro, al menos podríamos pensar que quienes lo están haciendo son políticos transparentes y honrados.