Al cúmulo de problemas con el
que se enfrenta el Gobierno español se suma ahora la pretensión unilateral de
la presidenta argentina,
Cristina Fernández de Kirchner, de hacerse, casi 'manu
militari', con el control de YPF, la filial argentina de Repsol.
No se trata, obviamente, de
una acción empresarial, ni dictada por las normas habituales de negocios entre
empresas o incluso de comercio entre países: Doña Cristina ha decidido eliminar
en este trámite -aún no consumado, pero que ya está debilitando altamente la
cotización de una de las más solventes multinacionales españolas-todo vestigio
de seguridad jurídica, cualquier rastro de cortesía diplomática, hasta el más
mínimo indicio de decencia económica.
Resulta lógica la furibunda
reacción del ministro de Industria,
José Manuel Soria, advirtiendo de que este
golpe de mano, de confirmarse las filtraciones que proceden de la 'mesa
camilla' de la señora presidenta, tendrá "consecuencias". Debe tenerlas.
Kirchner, digna heredera de los desmanes de su marido, a los que la diplomacia
española estaba muy acostumbrada, ha incurrido en un gesto de hostilidad hacia
nuestro país al no respetar ninguno de los usos y costumbres por los que las
grandes transacciones se rigen, máxime entre naciones que se dicen amigas.
Repsol, como Telefónica, como
los grandes bancos españoles inversores en América Latina, no puede ser tratado
como la primera dama argentina pretende hacerlo. Ni el Gobierno de
Mariano
Rajoy, al que Doña Cristina pretende, a su vez, gobernar, quizá pensando
aprovechar estos momentos de debilidad de España, puede tolerarlo.
España ha sido país de
acogida de muchos miles de argentinos durante la época de la feroz dictadura
militar en aquel país; muchos de ellos aún siguen residiendo entre nosotros,
perfectamente asimilados a los nacionales. Y, ciertamente, Argentina se ha
portado también muchas veces como un país hermano con España. Lamentablemente,
la degradación ética de una cierta clase política, que ciertamente no puede
esgrimir victorias militares en Las Malvinas para sacar a pasear el orgullo
nacional, está influyendo en estas magníficas relaciones; ¿será YPF una especie
de reivindicación 'a la gibraltareña', en la que la señora Fernández, como
Franco hacía con el Peñón, utiliza un patrioterismo falso para hacer olvidar
otros problemas a sus ciudadanos?
Todavía es posible la
rectificación, la vuelta a la seguridad jurídica, a los planteamientos
racionales. La presidenta argentina puede perjudicar muchos intereses españoles
con una decisión que, en el fondo, poco beneficia, en cambio, a sus intereses
propios, más allá del ruido ultranacionalista. Si culmina este dislate -¿dónde
se ha escondido el embajador argentino en España? ¿Por qué ahora no aparece por
parte alguna este peculiar personaje?-, a Cristina Fernández de Kirchner no
puede salirle gratis, y es de esperar que, en caso extremo, las palabras del
ministro
Soria no se queden en una mera pataleta verbal. Lástima, porque la
unidad entre los ciudadanos de ambos países debe seguir siendo indestructible.
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Repsol asegura que tener ninguna notificación de Argentina sobre YPF-
Argentina guarda silencio; un gobernador desmiente la nacionalización-
Soria anunció represalias contra Argentina -
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