He
estado muy pocas veces de acuerdo con
Mariano Rajoy cuando estaba en la
oposición. Pero hay alguna importante, como cuando se enfadó por que
José Luis
Rodríguez Zapatero no contara con él a la hora de negociar con ETA. Otra,
parece más leve, pero no lo es: cuando dijo que el gobierno de entonces tenía
ocurrencias en lugar de ideas.
Aquella expresión de Rajoy caló en la opinión pública, porque expresaba
bien la sensación de que la política seguida por el gobierno era errática.
En
cien días, Rajoy ha emulado, incluso superado, a Zapatero. El nuevo gobierno no
hace las cosas buscando consensos. Pero tampoco da la impresión de que sepa qué
es lo que hace, parece que sus decisiones son ocurrencias, dictadas por un
ansia agónica de satisfacer a los anónimos inversores que llamamos mercados, y
no por un plan. Un inexistente plan que goza de la inexistencia de un gran
acuerdo.
El
gobierno realiza sus obligaciones a base de notas de prensa, como ha sido el
caso de los 10.000 millones de presunto ahorro (no le llaman ya ajuste ni
recorte, es ahorro) en Sanidad y Educación.
La
oposición clama cada día por llegar a acuerdos que le permitan llegar a pactos
de Estado. Ni les escuchan, como tampoco se escuchan unos a otros. Se imagina
uno que hay una llamada desde un teléfono móvil que la pantallita dice que es
"desconocido" y da un mensaje: "Es insuficiente". Entonces, con inusitada
rapidez, Rajoy dice a los ministros que estén a mano: "hay que recortar 10.000
millones".
Sarkozy dice cada mañana que vamos camino de ser Grecia. Rajoy está
empeñado en darle la razón.
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