POLÍTICA: Sapos con la tostada y la mantequilla
viernes 30 de marzo de 2012, 10:23h
"Ni un solo día sin que el
realismo del poder cambie y rectifique el discurso de oposición"
Debe ser porque están
considerados como una especie protegida. O porque, buena gana, con la que está
cayendo, de buscarse una bronca adicional con WWF/ADENA y con las asociaciones
protectoras de animales si tratas de hacer una limpia. Pero lo cierto es que
los anuros se mueven a sus anchas por Moncloa y a lo que parece ya no les
resulta suficiente con adueñarse de los
jardines. Se han extendido por los edificios principales y amenazan con
convertir la residencia del presidente en su particular terrario. El caso es que desde su tardía
incorporación al Palacio, Mariano Rajoy no ha dejado ni un solo día de
encontrarse con los malditos anfibios, especialmente en los desayunos. Son
feos, pueden dar dentera, y rompen la calma de la gobernabilidad de la mayoría absoluta
con ese insoportable trajín que se tienen de darle a la lengua retráctil para
atrapar moscas y todo bichejo que se les cruce por delante. Por no decir de su
manía de desplazarse a saltos por todas partes, como si el palacio fuera el
plató de Planet 51. Nadie se atreve a denunciarlo pero todos los que allí
trabajan tienen la sensación de que les ha llegada una auténtica plaga. Pero
calma y que nadie pierda los nervios. Al primero que hay que tranquilizar es al
presidente, que no estaba nada acostumbrado a estos incidentes en Génova. Sus
asesores le han dicho que invasiones
anfibias como ésta también las soportaron Zapatero y Aznar, sus predecesores,
pero que no hicieron nada porque
pensaron que sería peor, mucho peor, meterse en la polémica "el-presidente-no-
soporta-los-sapos-y-solo-quiere-que-le-aplaudan."
Es posible que alguno de los que
tiene mas mano con el jefe se lo haya dicho con descaro: "cuando dejas la
oposición y te conviertes en presidente te tienes que acostumbrar a desayunar
con sapos todos los días". Lo cierto es que, como si fuera efecto de una
maldición, el presidente ha pasado de los plácidos desayunos de Génova en la
oposición al stress del sapo con la tostada y la mantequilla que se sirve en el poder.
Y acostumbrado o no, que ya se
sabe que a Rajoy no le gustan las presiones, lo cierto es que la maldición se
ha cumplido con puntualidad británica. Ni un solo día sin que el realismo del
poder cambie y rectifique su discurso de oposición. Aunque cada día el animal
que le visita intente disimular sus
antiestéticas arrugas y verrugas de distinta manera. El primero en acudir al
tea party mañanero iba bien trajeado, como quien acude asiduamente a los
mercados financieros. Pues no, va a ser que no, fue su mensaje, no ha bastado
con llegar al poder y hacer un gobierno "previsible, como Dios manda" para que
vuelva la confianza a los mercados como se había cansado de decir en campaña:
la prima de riesgo sigue haciendo con la economía española lo que le da la real
gana y no hay manera de darle contento para que se calme. Y por mucho que
filosofe Luis de Guindos con lo de que hay que desmitificar las cifras de paro,
lo cierto es que el señor presidente tendrá que asumir los 630.000 parados o
más que se van a añadir este año a los 5.200.000 que dejó Zapatero. Y mal se va
aceptar la idea de que los nuevos no son más que los que ha traído la maldita herencia
recibida. Que la gente, se empiezan a lamentar en el PP, es muy desmemoriada.
El anfibio que se presentó unos
cuántos días después se había disfrazado de algo así como de la hora de la verdad.
Y lo malo es que ya se lo había anticipado Cristóbal Montoro que llegaría. Hay
que tragárselo y subir los impuestos aunque se prometiera rebajas y semanas
fantásticas sin cuento.
El bicho debía ser familiar
directo de otro que se unió inmediatamente a los desayunos presidenciales.
Parece que le llaman el sapo Diego o, en versión para el comisario europeo Olih
Rehn, el sapo Extreamly agressive. Ya se sabe, el de la reforma laboral. El
anuro entró en la residencia presidencial para recordar al señor presidente que
dijo digo, aquella frase suya de "no soy partidario de abaratar el despido"
ahora que resulta que... lo ha hecho ¡y de qué manera! O sea, Diego. De Bruselas,
por cierto, han llegado otros sapos, todos ellos por el estricto comisario de
Economía al que le han entrado muy malas pulgas con España: los de la reducción
del déficit, los que no se creen las cifras macro, los que exigen presupuestos
ya, los que te recuerdan que no hay decisiones soberanas con los presupuestos,
después de asistir a un Consejo Europeo o a un Ecofin. Y hasta ha llegado otro
que habla italiano y parece que dice ser emisario de Mario Monti.
Entre los que han sido peor
recibidos en la residencia presidencial está el sapo de la política
antiterrorista, el que reivindica la ilegalización de Sortu, Amaiur y todo
abertzale que se ponga por medio. El que dice exactamente lo que decía el PP en
la oposición y ahora, que eres Gobierno no puedes seguirle por responsabilidad,
porque sabes que los tribunales te tumbarían cualquier intento y además
incendiarías un País Vasco en pleno aunque complicado proceso de pacificación.
Pero ese sapo si que es difícil de engullir con el desayuno: Jaime Mayor Oreja
y los suyos callan pero están ahí como una mala conciencia que no hay manera de
calmar; también calla, de momento, la Asociación de Víctimas del Terrorismo,
aliada impagable del PP para incendiar la calle durante la primera legislatura
socialista y asedio constante a Zapatero en la segunda. Pero pronto se puede
volver en contra y llevarse con ellos a una parte considerable de simpatizantes
populares. La que no se calla y araña oportunos votos y titulares de periódico es
Rosa Díez, dispuesta a rebañar todo lo que pueda y ahora reconvertida en la
lideresa de los intransigentes con la izquierda abertzale. Y eso puede ser un
incordio en las urnas, que ya se ha empezado a ver en Andalucía y Asturias.
Con todo, el sapo más descarado
ha sido el que se coló a media tarde del 25M en la planta noble de Génova y que
además tuvo la osadía de, saltito a saltito con sus ágiles y cortas patas
traseras, meterse también en el avión presidencial que llevaba a Rajoy a su
photo-oportunity con el mismísimo Barack Obama. El animal no tuvo ni la
consideración de esperar al desayuno del día siguiente. ¡Vaya forma de arruinar
un viaje triunfal! Y encima con
reproches. De que si esto pasa por fiarse de perdedores natos como
Javier Arenas o desconfiar de ganadores (¡quien lo iba a decir!) como Paco
Cascos, los dos de la familia, por cierto, pero a los que se debe haber tratado,
al parecer, con afectos equivocados. Lo peor es que además hay que aguantar el
resurgimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba, que ese si que iba de perdedor, y la
cantinela de toda la izquierda con eso de que han bastado cien días de política
popular para que la gente muestre su rechazo en las urnas y ponga freno a la
expansión absoluta del PP.
Recién llegado de Seúl el
presidente ha debido dar órdenes terminantes para que todos los ministros
insistan en que se va a seguir con la misma política de reformas, por muchos
sapos que haya que aguantar, e recalquen
lo de que "en-Andalucía-hemos-logrado-un-triunfo-histórico". No acababan
de tomar notas sus colaboradores de tan claras instrucciones cuando tras los
ventanales de palacio observaron que en los jardines una gran pancarta se
acercaba al edifico principal: "29M. Huelga General. Quieren acabar con todo".
Lo que faltaba, han llegado los sapos huelguistas a Moncloa. Nadie ha tenido
muy claro que hacer. Aunque alguno ha reprimido dar una idea. Habrá que llamar
al primer ministro finlandés -elucubraba- al que al presidente le dijo
"confidencialmente" y en español, delante de las cámaras de TVE, que la reforma
laboral que iba a hacer le costaría una huelga general. Al menos esa previsión
de Rajoy ante los colegas europeos sí que se ha cumplido...