Derechos fundamentales y derechos progresivos
jueves 08 de marzo de 2012, 07:40h
En la actual cultura política
española hay una contradicción lógica que necesita ponerse explícitamente sobre
la mesa, para tratar de resolverla y evitar así la confusión que provoca. Se
trata del discurso sobre los derechos exigibles en medio de una crisis
económica. Importa destacar que este discurso es suficientemente poderoso como
para colocar contra las cuerdas a los Gobiernos de turno. De esta forma, puso
en apuros tanto al Zapatero que regresó de Bruselas en mayo del 2010 con un
paquete de recortes, como al Gobierno de Rajoy y su actual programa de
reformas.
El argumento consiste en afirmar que
los recortes en marcha suponen una conculcación de derechos adquiridos, sean
estos sociales o individuales. Y cuando esto se afirma, los Gobiernos responden
con vehemencia que eso no es cierto, o bien refieren a la defensa de otros
derechos (como el derecho de los desempleados, etc.). Así se cae en una
confusión importante: por un lado, se afirma que sólo podremos tener el Estado
de Bienestar que podamos pagarnos, pero cuando se argumenta que eso significa
un recorte de derechos, se niega por completo esa posibilidad.
He sugerido en estas páginas que el
problema reside en un discurso sobre derechos que uniformiza todo tipo de
derechos y los hace igualmente exigibles. Desde los años ochenta se plantea que
tienen igual sentido los derechos de primera generación (derechos
fundamentales) como los derechos de segunda o tercera generación (ambientales,
económicos, etc.). En los períodos de crecimiento económico esa perspectiva
parecía coherente. Pero en los referidos a declives económicos la cosa se
complica. De hecho, esa esquizofrenia se refleja orgánicamente en el sistema
que respalda la expansión de derechos. Como es sabido, desde el seno de
Naciones Unidas se ha desarrollado esa perspectiva de que todos los derechos
tienen el mismo grado de exigibilidad, pero, al mismo tiempo, uno de sus
organismos, el Fondo Monetario Internacional, ha propuesto recetas forzadas de
recortes muchas veces brutales.
Es necesario salir de esa trampa: si
se considera que un Estado de Bienestar amplía los derechos socioeconómicos,
entonces un recorte del Estado de Bienestar conlleva obligadamente un recorte
de derechos. Ahora bien, por otro lado, parece poco serio pensar en un
saneamiento económico sin un programa de recortes, cuando se deprime la
economía. ¿Entonces?
Mi juicio es que la única forma de
salir de esa esquizofrenia es aceptar la diferencia sensata que existe entre
derechos fundamentales y derechos progresivos. Los primeros no tienen diferente
grado de exigibilidad, son inamovibles; es decir, la Declaración Universal de
los Derechos Humanos no puede cumplirse a medias, porque los derechos
fundamentales establecen las reglas del juego cívico y social (y conste que
también en la Declaración se reconocen derechos sociales y laborales básicos).
Pero los derechos sociales y económicos referidos al desarrollo del Estado de
Bienestar son de carácter progresivo: son exigibles de conformidad con el
desarrollo material de la sociedad y no al margen de esta. De esa forma, su cumplimiento
no puede exigirse en el mismo grado durante una etapa de crecimiento económico
que en una etapa de recesión.
Esa sensata distinción ha informado
el espíritu de muchas constituciones progresistas surgidas tras la segunda
guerra mundial y no parece que el discurso que reclama la inflación y
uniformidad de derechos pueda superarla. Desde luego, la naturaleza progresiva
de los derechos ligados al Estado de Bienestar los hace exigibles en cuanto que
el crecimiento económico permita su expansión. Pero en tiempos de recesión
debemos de llamar a las cosas por su nombre: si hay recorte del Estado de
Bienestar, entonces hay recortes de derechos adquiridos, pero eso es
perfectamente lógico en el caso de los derechos progresivos. Los que deben
mantenerse intocables son los derechos fundamentales, porque son los que
garantizan las reglas básicas del procesamiento social de las decisiones
políticas, indispensables, también para enfrentar las crisis económicas.