La fama, en el sentido de popularidad, es hoy un capital sin el que es muy
difícil iniciar una carrera pública o privada. La fama es un bien escaso, y por
tanto es cara y difícil de alcanzar. Hace falta tener mucho poder e invertir
mucho dinero para ser famoso, para que la gente te reconozca en la calle o al
entrar en un restaurante. Además, la memoria es corta y la gente se olvida
pronto de ti. Ingentes cantidades de tiempo, esfuerzo y dinero, invertidas en
fama se esfuman en pocas semanas o meses.
Con todo, sin fama no vas a ninguna parte. Más de una vez ocurre que, para
descartar a un posible candidato electoral, se use como argumento que no lo
conoce nadie. Y está descrito que en muchas ocasiones la gente elige a ciertos
candidatos por la sola razón de que son conocidos. Así que aquel viejo dicho de
que es bueno que hablen de uno aunque sea mal, tiene su parte de razón.
Quizá por eso hoy día, igual que en tiempos de Cervantes, hay personas que
corren tan cegadas en busca de la fama que, sin darse cuenta, terminan
perdiendo su honra. Aunque otras lo hacen muy conscientemente e intercambian su
fama por su honra. Sin duda Sancho Panza hubiera ido voluntariamente a un
reality show, y Don Quijote le habría hecho ver que, de esa manera, conseguiría
ser famoso, aunque infame.
En lo más bajo de la pirámide social de la fama están los que tienen que
infamarse para ser famosos. Las zonas intermedias las ocupan quienes consiguen
que se hable de ellos cuando lo desean. Esas zonas son el hábitat de los
artistas y de los políticos. Quienes viven en ellas pueden convocar a los
periodistas para vender su libro, su película o su candidatura, y los
periodistas acuden a sus convocatorias. En estas zonas sales en los medios
cuando quieres, pero tienen el inconveniente de que también sales cuando no
quieres. Las zonas más altas de la pirámide de la fama son aquellas en las que
puedes conseguir salir cuando quieres, y no salir cuando no quieres. Ahí está
el verdadero poder.
Cuando se dice que un determinado escándalo quita poder a una poderosa
institución nos estamos perdiendo el dato más importante, y es que la
institución ya había perdido su poder anteriormente, en la medida en que no ha
sido capaz de evitar que se produzca el escándalo. No digo ya de evitar la
situación que da lugar al escándalo, sino el conocimiento escandaloso de esa
situación cuando la misma ya se ha producido.
El verdadero poder es tan capaz de mostrar lo que quiere que veamos, como
de ocultar lo que quiere que no veamos. Todo esto viene a que el otro día pude
leer un reportaje sobre el anterior presidente de la patronal española,
actualmente acusado por la justicia de apropiación indebida. Resulta que el que
fuera hasta hace unos meses presidente de todos los empresarios, es un hombre
que gestionó mal sus empresas, que invirtió su capital en sectores de la
economía con los cimientos de barro, que mantuvo relaciones con el poder
político impropias de un liberal y que presuntamente cometió delitos. Y resulta
que en ese hombre depositaron democráticamente su confianza los grandes
empresarios de nuestro país para que los representara.
Observará el inteligente lector, o lectora, que en nuestro país se habla
mucho de los problemas de los sindicatos, de las organizaciones del mundo de la
cultura, de los políticos, y hasta de algún yerno famoso. Pues nada, poderes
medianos. El verdadero poder es el que tienen quienes son capaces de impedir un
auténtico debate social sobre qué tipo de economía puede poner en marcha una
clase empresarial como la nuestra, sobre todo considerando su olfato político
para elegir a sus representantes y su olfato económico para elegir sus
inversiones.
José Andrés Torres Mora es diputado socialista por Málaga y portavoz de Cultura en el Congreso
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