Cárceles: Entre la ley, la justicia y la política
lunes 20 de febrero de 2012, 09:06h
Siempre
he sentido un respeto enorme
por aquellos personajes políticos -hombres y mujeres- que en
todo tiempo y lugar se han echado al hombro la
responsabilidad de gestionar el
sistema penitenciario de su país. Esa admiración es aún mayor
en el caso de nuestra todavía
joven democracia por aquellos
que han aceptado el puesto
de director general de Prisiones, según la denominación anterior, o secretario general de instituciones penitenciarias, en la actual. Supongo
que este último término -el de "instituciones penitenciarias"-, constituye
un eufemismo más que intenta , sin conseguirlo, edulcorar una crudísima realidad: la existencia de
ciudadanos encarcelados por haber vulnerado gravemente
alguno de los códigos legales que rigen la vida
en sociedad.
El
de ministro del Interior es,
posiblemente, el puesto del gobierno más difícil de lidiar
en cualquier época, y lo es más aún en un tiempo histórico como
el que hemos vivido en la España postfranquista. Primero, con una banda terrorista actuando
sin ningún tipo de
escrúpulos contra ciudadanos
de toda clase y condición.
Segundo, con los lógicos desajustes sociales que produce el que
parecía casi imparable crecimiento económico y
el consecuente incremento
de la brecha social entre los que más
y los que menos tienen y, por
ende, con el incremento de la
delincuencia. Y, por último, por la
entrada en España de bandas que, aprovechando los grandes flujos de inmigración producida en
estos años, vieron en nuestro país un
"Dorado" para ejercer sus malas artes entre nosotros.
Y,
si es difícil el cargo de ministro del Interior, creo que aún es más el de Secretario General de
Instituciones Penitenciarias, un puesto
de la Administración
General del Estado históricamente a caballo entre Interior y
Justicia, con preponderancia de uno u
otro ministerio según la época de la que
hablemos. En todas ellas, sin embargo, sus titulares
han tenido la
responsabilidad de gestionar la
convivencia en nuestras prisiones de
quienes las ocupan, los reclusos, es decir,
aquellos miembros de nuestra
sociedad que tienen más
dificultades de adaptación, por un lado,
y, por otro, la de aquellos
funcionarios -los de prisiones-
que, día a día, tienen que
enfrentarse muy de cerca a esa dura
realidad. Y eso, incluso visto con
ojos de profano, de ciudadano común, es una verdadera tarea de titanes que, entre otros, han
gestionado recientemente Ángel Yuste,
Mercedes Gallizo, Paz Fernández o Antonio Asunción y, anteriormente, el
profesor Carlos García Valdés (primer
director general en la etapa democrática actual) y la extraordinaria jurista y abogada Victoria Kent, directora general durante la
II República (1931-1934), la primera de todos ellos en intentar reformar el sistema penitenciario
español. Un sistema que, como todo, debe
someterse a constante revisión porque
la evolución de los acontecimientos permite, a veces, descubrir en él
clamorosos fallos.
Montes Neiro
Todo
esto viene a colación de la reciente excarcelación,
tras la obtención de un indulto, de un hombre de 61 años, Miguel Montes Neiro, que en febrero
de 2012 pasaba por ser el preso
común más antiguo de España, después de
cumplir 36 años de condenas encadenadas por fugas y delitos menores.
Desde
fuera, y con el desconocimiento
técnico pero con el sentido común necesarios para ello, me atrevo a formular alguna pregunta al
respecto: ¿cómo es posible que alguien,
en España, haya podido llegar a
cumplir más de 36 años en una cárcel
sin haber secuestrado,
violado o matado a nadie? ( delitos estos
que, por cierto, en ningún caso comportan una estancia tan prolongada en prisión ).
Y, a renglón seguido, preguntar también
-con el propio Montes- lo que puede ser la gran "mentira" del sistema
penitenciario de todos los países civilizados, entre los que también está el nuestro: La consecución de la reinserción de los reclusos. ¿Es realmente posible reinsertarse después de haber pasado unos cuantos años en prisión?¿Es posible superar los
daños psicológicos y físicos que
lleva inevitablemente
consigo el paso por una cárcel? ¿No
expresará este concepto
más un deseo que una realidad?
Supongo
que estas y muchas otras cuestiones que
tanto quienes se han visto abocados, por circunstancias de
la vida, a tener que pasar unos años en prisión, como aquellos que
han puesto su trabajo al servicio de
contribuir a que esa
estancia se produzca en los términos
más humanos, con la debida
protección jurídica y lo menos adversos posibles, se las han formulado ya y, lo mismo, hasta se han dado respuestas. A
algunos, desde luego, nos parece un
horizonte tan arduo como necesario y que, además, exige el reconocimiento generalizado
de toda una sociedad que
permanece ajena a realidades
nada virtuales, como son las cárceles, prisiones o instituciones penitenciarias.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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