Europa ya no será la misma
lunes 12 de diciembre de 2011, 08:09h
Tras la
cumbre europea del pasado viernes, el panorama inmediato presenta algunas
certezas y una larga serie de inseguridades. La primera certeza es que, al
aceptar un guión de actuación común, que provocó el rechazado rotundo de
Londres, la Europa que conocemos nunca más será la misma. La segunda cosa
segura es que el desarrollo del guión acordado deberá atravesar muchos meandros
antes de consolidarse en el curso del próximo año. En otras palabras, resulta
una evidencia que la puesta en práctica del guión deberá superar todavía un
montón de incertidumbres.
Europa ya
nunca será la misma porque la pasada cumbre será vista por los historiadores
como un inevitable punto de inflexión. El 9 de diciembre del 2011 Europa no
podía seguir en el impasse en que se encontraba: o avanzaba en una mayor
coordinación institucional y política o se encallaba definitivamente. Porque un
fracaso de la cumbre que mantuviera el empantanamiento no pasaría desapercibido
para nadie, especialmente para los fantasmagóricos pero prosaicos mercados.
Así que,
nos guste la vía emprendida o no, lo cierto es que la Unión acordó un guión
común de avance hacia el salvamento del euro mediante el desarrollo de más
Europa. Algo que era planteado por todos los europeístas del continente. Otra
cosa es si el contenido económico de ese avance hacia una Europa más unificada
gusta a todos los europeístas: sindicatos y socialdemócratas ya han dejado
saber que no les gusta mucho.
En
efecto, el avance hacia una Europa más unificada se hace sobre la base de las
propuestas de Merkel de priorizar el rigor presupuestario y la austeridad,
aceptando algunas medidas importantes de cortafuego y respaldo, pero dejando
muy en segundo plano un conjunto de promesas para impulsar el crecimiento y el
empleo. Así, el pacto de política fiscal se hace sobre la base de la obligación
de la supresión del uso del déficit como instrumento de política, al mismo
tiempo que se refuerzan los fondos de rescate, se adelanta la entrada en vigor
a julio del 2012 del Fondo de Estabilidad financiera y se entregan al FMI 200
millones de euros para apoyo de los países con problemas. ¿Y sobre el
crecimiento y el empleo? Pues algunas promesas sobre la posible mayor actividad
del BCE para comprar deuda soberana, si todos los países dan muestras el próximo
año de buen comportamiento fiscal... y poco más.
Desde el
punto de vista económico este guión es bastante parecido al del Gobierno
británico de Cameron. Pero el problema para Londres es que avanzar en esta
perspectiva mediante más Europa, supone una cesión de soberanía que, por muy
pequeña que sea, el Reino Unido nunca ha estado dispuesto a otorgar. Y cuando
digo nunca me remonto por lo menos tres siglos atrás. Algo que aumentó en el
siglo pasado al afianzarse la firme alianza con los "primos" norteamericanos.
En realidad, las palpitaciones más europeístas de los británicos siempre han
procedido de un "corazón partío". Por eso, no puede resultar una sorpresa la
fuerte reticencia de Londres al avance de la Europa unificada. Lo que sí ha
sorprendido incluso en círculos políticos británicos ha sido la brusca escena
de divorcio que el gobierno de Cameron ha protagonizado en la cumbre.
La causa
de esta escena rupturista ha residido en que Cameron nunca llegó a la reunión
con un plan B, precisamente porque no se creyó que el directorio Merkozy fuera
a llegar a usar su propio plan B (que siempre le pareció más un instrumento de
amenaza que otra cosa). Merkel ya había anunciado que su intención era
modificar el Tratado de Lisboa, pero que si ello (que necesita unanimidad) no
era aceptado por alguno de los miembros, pasarían a su segunda opción: impulsar
un Tratado dentro de un Tratado, a partir de los miembros que usan el euro.
Cameron nunca calculó que, una vez puesto el veto británico a la modificación
del Tratado, el directorio Merkozy fuera a impulsar en serio su plan B, y,
sobre todo, que los otros países de la Unión que no usan el euro, fueran a
aceptarlo. Y cuando se dio cuenta que se quedaba aislado, sintió penosamente no
haber llegado a la cumbre con su propio plan B, lo que hizo que su posición
pétrea resultara más recalcitrante para todos los reunidos.
Ahora
bien, ¿es bueno para Europa el divorcio con Londres? Pues es relativamente
bueno al interior de la eurozona, pero es tendencialmente malo visto desde fuera
de Europa. Como celebraron muchos franceses, Europa va avanzar ahora más
rápidamente en su unificación económica y política, sin el lastre que hasta hoy
ha significado la interminable ambigüedad de Londres. Pero visto el asunto
desde fuera de Europa (Estados Unidos, China, etc.) no cabe duda de que una
Europa sin el Reino Unido aparece económica y políticamente más debilitada. Y
lo cierto es que el divorcio no parece una pelea pasajera.
Claro,
que también cabe la pregunta de si el Plan B propuesto por el directorio
Merkozy es tan fácil de aplicar. Y ahí es cuando aparece la serie de obstáculos
e inseguridades a superar. En primer lugar, redactar un Tratado dentro de otro
Tratado va a ser un dolor de cabeza a nivel jurídico, sobre todo con un
discordante Londres empeñado en tirar tierra dentro del mecanismo. En segundo
lugar, el contenido económico de este avance orgánico de la Unión produce una
creciente división entre los sindicatos y los socialdemócratas, que siempre
habían asociado su europeísmo al avance del Estado de Bienestar. No es extraño
que en algunos países los sindicatos hayan empezado a proponer el regreso a la
moneda nacional.
En
realidad, la izquierda europea se encuentra en un gran aprieto. No hay duda de
que esta receta para avanzar en la coordinación de Europa tiene un fuerte aroma
conservador. Pero ello no es otra cosa que producto de la inclinación
mayoritaria de la ciudadanía europea hacia la derecha, expresada en las urnas.
Así que la izquierda tiene ante sí una dolorosa disyuntiva: apoya el avance en
la unificación institucional europea, tapándose la nariz en cuanto a su
contenido económico, o bien inicia un divorcio de Bruselas a causa de su
rechazo de las políticas de austeridad que conllevan el acuerdo. Creo que por
razones estratégicas, de largo plazo, y por aceptación de las reglas del juego
democrático no queda más remedio que aceptar la primera opción, manteniendo el
derecho a defender una política más equilibrada a favor del crecimiento y el
empleo.