lunes 21 de noviembre de 2011, 16:36h
Apenas transcurridas 48 horas de la proclamación de resultados electorales del domingo pasado, sigo pensando lo mismo: el 20N quedará enmarcado en nuestra historia entre el gesto adusto, sereno y serio de Rajoy, que no dejó paso a la euforia (a pesar de sus 186 diputados), en su primera comparecencia ante los micrófonos de radios, televisiones y prensa de todo el mundo, y el silencio clamoroso de Zapatero, que decidió dar la callada por respuesta al estrepitoso fracaso (110 diputados) de su candidato, Rubalcaba, que arrastrarán tras de sí , en lo que les parecerá un interminable calvario hasta la celebración del nuevo congreso de su partido en febrero de 2012.
No recuerdo nunca antes en nuestra joven democracia una coincidencia tan generalizada a la hora de valorar los resultados, tanto entre líderes políticos como entre medios de comunicación, al otorgar una derrota sin paliativos tan grande como clara al Partido Socialista Obrero Español.
Y, paralelamente, siendo cierto que el Partido Popular ha alcanzado el mejor resultado electoral de su aún corta historia como organización política, y que ese resultado otorga prácticamente todo el poder a su líder, Mariano Rajoy. Pero, al mismo tiempo, no es menos cierto que su ejercicio lleva implícito gestionar una herencia de 5 millones de parados, una deuda pública desbocada y, -casi, casi-, al borde del descontrol y una falta lacerante de crédito para empresas y particulares. Examen de conciencia
Las direcciones del PSOE y del PP, en ese gesto tan necesario como ritual después de cada uno de los procesos electorales, han analizado pormenorizadamente este mismo lunes los resultados de los comicios y -ellos menos que nadie-, seguro que no han dejado unos instantes para encajar en el orden del día la posibilidad de revisar y mejorar antes de las siguientes elecciones de 2015 nuestro sistema electoral. No deberían dejarlo para mucho más tarde para evitar que ciertos datos, como los que cualquiera puede extraer al analizar estos resultados, puedan casarse mejor con lo que podríamos denominar "justicia electoral". A saber, a UPyD le costó reunir 228.048 votos para tener un escaño el 20-N; a IU, 152.800. Amaiur sólo necesitó 47.661. Sabemos, señoras y señores diputados, que hay que ir más allá del encaje de bolillos para poder llegar a conjugar la representación territorial y el número de electores, pero no me digan que datos tan fríos como los que hemos apuntado, no les mueve a la reflexión. Sería un tanto desilusionante, y aún no hemos echado a andar formalmente en la nueva legislatura para empezar a acumular desadeptos, por no decir nuevos "indignados". En definitiva, y a modo de resumen, que ha sido un verdadero tsunami electoral el que ha pasado por España este 20-N que, con mucha probabilidad, barrerá de la geografía política del futuro PSOE nombres como el de Zapatero , Rubalcaba y, si me apuran, el de Chacón que, con sus nada brillantes resultados catalanes, no sé si tendrá el humor negro suficiente para presentar su candidatura a la secretaría general de su partido en el próximo congreso ordinario.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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