El paisaje después de la batalla
televisiva era, al menos en lo que yo lo pulsé ayer, como de cansancio. El 'día
después' del debate marcó el fin prematuro de la campaña electoral, que me
parece que ya no interesa a casi nadie, porque, salvo sorpresas mayúsculas -a
quién no le gusta una sorpresa mayúscula, si es para bien-, el veredicto de las
urnas se puede anticipar sin demasiado riesgo de equivocarse. Bien, quedan
algunos mítines, alguna encuesta, algún rifirrafe y me temo que ya pocas ideas
nuevas. Como quedó patente en el espectáculo que este lunes por la noche
contemplaron doce millones de españoles.
El avezado político de 'aparato'
Alfredo Pérez Rubalcaba debe pensar que un debate electoral ante la televisión
es como una tertulia de La Noria: agresivo, fugaz, un pelín faltón, pero
atractivo, que no aburre. En fin, ya saben ustedes. El bregado muchas veces ex
ministro pero, sobre todo, triunfador en oposiciones de élite
Mariano Rajoy debe
creer que un debate es como cantar el temario ante el tribunal: mucho dato, si
se puede, leyendo. Y así salió el encontronazo entre dos personalidades que son
como el agua y el aceite:
Rajoy iba a dar lecciones en su diagnóstico al
desastre del Gobierno socialista y Rubalcaba le desconcertó inicialmente
haciéndole preguntas que no estaban en las fichas que sus colaboradores habían
entregado al presidente del PP y muy probable próximo presidente del Gobierno
-porque este debate, sin duda, no servirá para dar un vuelco a las
encuestas--.
Personalmente, debo decir que me
aburrí algo, pese a la indudable 'marcha' dialéctica que, en ocasiones, un
Rubalcaba fugazmente insidioso, pero eficaz, imprimió al combate, que no lo fue
tanto: Rajoy estuvo más elegante, y ni sacó a relucir ese 'caso
Blanco' que hace
los titulares de algún periódico desde días atrás, ni habló de 'caso Faisán'
alguno, ni quiso mostrarse desdeñoso cuando su oponente le hostigaba a
preguntas, como si aquello fuese una entrevista periodística. Ocurría que
Rubalcaba se empeñó en atacar el programa del PP, mientras que Rajoy se
empecinaba en atacar la trayectoria del Gobierno socialista, quizá porque ni ha
leído el programa electoral del PSOE. Tan elegante fue el aspirante conservador
que ni se fajó preguntando a Rubalcaba por qué no se implementaron las medidas
que el socialista propone ahora cuando él era vicepresidente del Gobierno de
Rodríguez Zapatero.
Siento parecer banal, pero es que
banal fue el debate. Ni una sorpresa, ni un atisbo de vuelo de altura; cuando
Europa tiembla, cuando el mundo entero se interroga sobre su futuro, cuando los
españoles se asoman a una segunda transición, a la nueva era, cuando dos
primeros ministros europeos se tambalean, R y R dedicaron minutos y minutos a
hablar de las diputaciones provinciales y a no sé qué recurso sobre la ley de
matrimonios homosexuales. El mundo mundial, como diría
Felipe González, que está
tan de moda, simplemente no parecía existir para los candidatos. Y menos mal que
Rajoy dedicó cuarenta segundos a referirse a la importancia de la política
exterior. Ninguna aportación nueva, ninguna consideración original que no fuese
exigir una moratoria a Europa, una bajada de los tipos de interés al Banco
Central Europeo y un 'plan Marshall' al Banco Europeo de Inversiones para el
Viejo Continente, exigencias planteadas por Rubalcaba y que, obviamente, en
ningún caso dependen de la acción del próximo jefe del Ejecutivo
español.
El candidato socialista a La Moncloa
y el candidato del PP a lo mismo son personas honorables, honradas, políticos
experimentados y que no me cabe la menor duda de que quieren lo mejor para su
país. Lo que ayer demostraron es que no son estadistas. Si me preguntan quién
ganó, yo, aspirante a maestro benévolo, aun inclinándome más por la seriedad y
la contención de formas de Rajoy, no podría dejar de apreciar el esfuerzo de
Rubalcaba por hacer espectáculo vivaz de la política, que es algo que esta
necesita también. Me gustaría una combinación de las características de ambos en
un Gobierno presidido por Rajoy -le toca- y con Rubalcaba en la sala de
máquinas. Utopía, ya lo sé, imposible. Les pondría un cinco a ambos, para que
vayan contentándose '
ma non troppo'. Pero, tras el 20-n, no les va a bastar, al
menos a uno de ellos, con un aprobado raspado para contentar a lo que se ha dado
en llamar 'los mercados', ni a
Angela Merkel ni, ya que estamos, a usted o a
mí.
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