El
avezado político de 'aparato' Alfredo Pérez Rubalcaba debe pensar que
un debate electoral ante la televisión es como una tertulia de La Noria:
agresivo, fugaz, un pelín faltón, pero atractivo, que no aburre. En
fin, ya saben ustedes. El bregado muchas veces ex ministro pero, sobre
todo, triunfador en oposiciones de élite Mariano Rajoy debe creer que un
debate es como cantar el temario ante el tribunal: mucho dato, si se
puede, leyendo. Y así salió el debate entre dos personalidades que son
como el agua y el aceite: Rajoy iba a dar lecciones en su diagnóstico al
desastre del Gobierno socialista y Rubalcaba le desconcertó
inicialmente haciéndole preguntas que no estaban en las fichas que sus
colaboradores habían entregado al presidente del PP y muy probable
próximo presidente del Gobierno -porque este debate, sin duda, no
servirá para dar un vuelco a las encuestas--.
Personalmente,
debo decir que me aburrí algo, pese a la indudable 'marcha' dialéctica
que, en ocasiones, un Rubalcaba fugazmente insidioso, pero eficaz,
imprimió al combate, que no lo fue tanto: Rajoy estuvo más elegante, y
ni sacó a relucir ese 'caso Blanco' que hace los titulares de algún
periódico desde días atrás, ni habló de 'caso Faisán' alguno, ni quiso
mostrarse desdeñoso cuando su oponente le hostigaba a preguntas, como si
aquello fuese una entrevista. Ocurría que Rubalcaba se empeñó en atacar
el programa del PP, mientras que Rajoy se empecinaba en atacar la
trayectoria del Gobierno socialista, quizá porque ni ha leído el
programa electoral del PSOE. Tan elegante fue el aspirante conservador
que ni se fajó preguntando a Rubalcaba por qué no se implementaron las
medidas que el socialista propone cuando él era vicepresidente del
Gobierno de Rodríguez Zapatero.
Siento
parecer banal en el comienzo de este comentario, pero es que banal fue
el debate. Ni una sorpresa, ni un atisbo de vuelo de altura; cuando
Europa tiembla, cuando el mundo entero se interroga sobre su futuro,
cuando los españoles se asoman a una segunda transición, a la nueva era,
cuando dos primeros ministros europeos se tambalean, R y R dedicaron
minutos y minutos a hablar de las diputaciones provinciales y a no sé
qué recurso sobre la ley de matrimonios homosexuales. El mundo mundial,
como diría Felipe González, simplemente no parecía existir para los
candidatos, y menos mal que Rajoy dedicó cuarenta segundos a referirse a
la importancia de la política exterior. Ninguna aportación nueva,
ninguna consideración original que no fuese exigir una moratoria a
Europa, una bajada de los tipos de interés al Banco Central Europeo y un
'plan Marshall' al Banco Europeo de Inversiones para el Viejo
Continente, exigencias planteadas por Rubalcaba y que, obviamente, en
ningún caso dependen de la acción del próximo jefe del Ejecutivo
español.
El
candidato socialista a La Moncloa y el candidato del PP a lo mismo son
personas honorables, honradas, políticos experimentados y que no me cabe
la menor duda de que quieren lo mejor para su país. Lo que ayer
demostraron es que no son estadistas. Si me preguntan quién ganó, yo,
aspirante a maestro benévolo, aun inclinándome más por la seriedad y la
contención de formas de Rajoy, no podría dejar de apreciar el esfuerzo
de Rubalcaba por hacer espectáculo de la política, que es algo que esta
necesita también. Me gustaría una combinación de ambos en un Gobierno
presidido por Rajoy y con Rubalcaba en la sala de máquinas, utopía, ya
lo sé, imposible. Les pondría un cinco a ambos, para que vayan
contentándose 'ma non troppo'.
fjauregui@diariocritico.com