lunes 31 de octubre de 2011, 10:46h
En el mundo
de la televisión, ya ha llovido desde
que se llevaran a cabo
las primeras emisiones públicas, por la BBC
en Inglaterra en 1927, y de la
CBS y la
NBC en Estados Unidos en 1930.
En aquellos primeros años de vida del recién nacido invento, los programas no se emitían con horario regular y habría que esperar aún unos años más para que surgieran
las primeras emisiones con
horarios fijos. Inglaterra lo hizo en
1936, y Estados Unidos en
1939. Desde entonces, británicos y estadounidenses anotaban
ya en sus agendas que había que
poner tiempo para asistir
algunos días y a ciertas horas al espectáculo de la imagen embobados
ante la pequeña pantalla, por entonces solo reservada
a unos cuantos poderosos en sus propios
domicilios y al común de los mortales en lugares públicos de esparcimiento como escaparates
de grandes almacenes, bares o cafeterías
que vieron en el nuevo reclamo una poderosa fuente de atracción
de nuevos públicos para el negocio.
En España, como casi todo en esa época, las
ondas de
la televisión no surcaron nuestra
parcela del éter hasta 20 años después
cuando, en 1956, surgieron las emisiones
regulares de programas, cuatro años
después de que se fundara TVE.
Aquellas primeras emisiones en blanco y negro de
series como Rin Tin Tin, Perry Mason,
Bonanza, Los Intocables, El Fugitivo o
Los Invasores -que suenan
hoy a
chino a las jóvenes generaciones
de televidentes- tuvieron la virtud
de reagrupar en torno
al nuevo medio a todas las generaciones familiares: padres, abuelos
e hijos, a quienes se le sumaban
muchas veces el resto de la familia
y, esporádicamente, buena parte de la vecindad que, con la buena voluntad de los
propietarios del deslumbrante
ingenio de la nueva tecnología, se iban haciendo un hueco en el
salón para maravillarse comunitariamente ante la
luminosa pantalla de rayos
catódicos.
Nuevos tiempos
La aparición posterior de la televisión en color en la década de los 70 del siglo pasado, unido a un progresivo abaratamiento
del coste de los aparatos, provocó
un deterioro absoluto de los usos y costumbres sociales imperantes hasta la fecha,
de modo que se
produjo un aumento exponencial
y multimillonario de la
audiencia televisiva que, en lugar de concentrarse en un solo punto de
los domicilios (generalmente el salón), se dispersaba frente a otros 3 ó 4 nuevos receptores
situados ahora en cocinas y habitaciones familiares
para, así, poder seguir programas
que dieran respuesta a los gustos personales de los miembros de la familia.
La cosa,
yendo aún más allá, llegó hasta el punto de afectar,
incluso, y muy seriamente a la industria del cine que
tuvo que asistir, primero, a la transformación y luego al cierre de
miles de salas de exhibición en todo el mundo. Solo desde entonces, existen en propiedad los llamados
teleadictos porque, hasta ese
momento, no nos inundaban cientos y cientos de canales
de TV (entonces analógicas, ahora
digitales y por cable) proponiéndonos 24 horas al día series, espectáculos musicales
y deportivos, programas, dibujos
animados, y un largo etcétera de
propuestas que parecen dar vida eterna a la pequeña pantalla
al mismo tiempo que, al parecer, esa vida
se acorta entre quienes las siguen, es decir, los telespectadores
adictos...
Y
es que, efectivamente, hemos tenido que esperar más de tres cuartos de siglo para conocer
los efectos nocivos de
aficiones tan peligrosas como esta de ver la televisión.
Un reciente estudio, fechado en la misma
cuna del nacimiento del invento, advierte
que ver la televisión un promedio de seis horas al día puede acortar la
vida en casi cinco años, en comparación con aquellos sujetos que no siguen este
hábito. El estudio
ha sido publicado por el British
Journal Of Sports Medicine y, en efecto, sus conclusiones, apuntan clara y concretamente a que cada hora de televisión vista después de los
25 años acorta la esperanza de vida en casi 22 minutos.
Si, además
del sentido común, estudios como el que citamos anima a telespectadores a cambiar sus hábitos por otros mucho más higiénicos como la lectura
o el paseo, solos o en compañía, seremos capaces de
aumentar más aún la esperanza y la calidad de vida de los
ciudadanos del siglo XXI. Y, si no es así, al menos haremos de ellos
unos ciudadanos más conscientes, libres
y felices que pasando horas y
horas extasiados, absortos y, las más de
las veces, anestesiados ante la pantalla del televisor.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
172 | ManuCr - 01/11/2011 @ 13:11:29 (GMT+1)
Estudio curioso el que indica que la calidad y durabilidad de la vida es inversamente proporcional a la cantidadad adicto-abusiva que consumas. De todas formas, hay que reconocer que a personas muy mayores de nivel socio cultural medio-bajo, les hace muchísima compañía la tele, y les proporciona entretenimiento......
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