jueves 27 de octubre de 2011, 08:19h
Está a punto de venir al mundo el
ciudadano número 7.000 millones. Los expertos en demografía hacen
sus cálculos, y no precisan en qué país ni en continente nacerá ese bebé que
tampoco se sabe si traerá debajo del brazo un pan o una metralleta, una rama de
olivo o una maldición. Se sabe, eso sí, que la cigüeña llegará antes de finales
de este mes, probablemente en el próximo fin se semana, y que la nave del mundo
tendrá un marinero más, el que hace la cifra redonda del grumete 7.000
millones.
No sabemos, pequeño 'nasciturus', si serás
niño o niña, si te llamarás Andrea o Mohamed, Jacob o Manuela, si aterrizarás
en Suecia o en Bangla Desh. Sin duda, el ser hombre o ser mujer te condicionará
en algunos países en que rigen leyes absurdas como la 'sharía', pero lo que es
cierto es que tu destino y tus oportunidades serán muy distintas si naces en
una clínica de Estocolmo o si el alumbramiento se produce en una choza de Etiopía,
en ambos casos quizá con el mismo amor y con la misma emoción por parte de tus
padres, pero en muy distintas condiciones de sanidad, de calidad de vida y de
futuro.
Las crónicas recuerdan ahora al niño que
llegó al mundo, hace doce años, y que llevaba en su espalda un cartel con el
número 6.000 millones. Quiso el azar que naciese en Sarajevo, o quizá la
ciudad fue escogida más o menos a dedo como un golpe político de efecto. El
pequeño se llamó -se llama- Adnan Mevic, y hasta el entonces secretario general
de Naciones Unidas, Kofi Annan, se hizo una fotografía con aquel bebé, que
simbolizaba un mundo mejor tras el final de los bombardeos, en brazos, en un
gesto de oportunismo diplomático. Hoy Adnan Mevic, aquel niño 6.000 millones,
tiene doce años; su madre, Fátima, perdió su empleo en una fábrica textil tras la guerra, y su
padre, Jashinko, ha tenido que dejar de trabajar porque sufre un cáncer de
colon. La familia va tirando, a duras penas, con 250 euros mensuales, y
aquellos que, desde la ONU, celebraron su llegada al mundo se han olvidado de
él. Ni una carta, ni una postal de cumpleaños, ni tan siquiera una chocolatina.
Espero, y te deseo, niño 7.000 millones,
que tu suerte sea mejor. Vienes a un mundo en crisis, a un planeta en que
millones de niños como tú se mueren de hambre, mientras la sociedad de la
opulenta arroja al mar los frutos de las mejores cosechas para subir el precio
de los alimentos. Te deseo suerte, y que tu silenciosa llegada sea un golpe de
timón frente a tantos absurdos desatinos. Y ya que no hay un Miguel
Hernández que te cante las "nanas de la cebolla", quiera el cielo que conserves
la alegría entre la pena, y ojalá que en la vida, a tí y a todos los bebés de
tu generación, os vaya bonito.