lunes 10 de octubre de 2011, 08:11h
Si hace unos días
fue el presidente Artur Mas quien dijo, hablando del idioma castellano, que "a
los niños de Sevilla, Málaga y A Coruña no se les entiende", ahora ha sido el
candidato al Congreso Duran i Lleida quien manifestó que "no hay derecho:
nuestro payés no puede recoger la fruta porque no hay dinero, mientras que en
otros sitios de España, con lo que hacemos nosotros, reciben el PER para pasar
toda la jornada en el bar de su pueblo". Si bien Duran i Lleida matizó esta manifestación
diciendo que respetaba a las personas y que criticaba a los políticos de las
subvenciones electoralistas, se ha producido otra guerra de agravios entre
Cataluña y Andalucía (en las palabras de
Artur Mas también se incluía a Galicia), que es estéril, innecesaria y que no
expresa el buen entendimiento que existe entre catalanes, andaluces y gallegos.
Estos excesos verbales son fáciles de evitar, y los políticos de Convergencia i
Unió, que son los que han arrojado la primera piedra, deberían ser más cautos y
más respetuosos.
Son
comprensibles, en estas circunstancias, las reacciones que se produjeron en
Andalucía. El presidente José Antonio Griñán ha dicho que "la inmensa mayoría
de los catalanes no necesitan ofender a quienes no lo son para mostrar el
orgullo por su tierra", y el máximo dirigente del PP andaluz, Javier Arenas,
pidió a Artur Mas que respete Andalucía y le instó a fijarse "en los miles de
andaluces que han ayudado a levantar Cataluña".
Pero quien, desde
Sevilla, ha puesto la guinda demagógica ha sido Alfonso Guerra, quien reprochó
a Artur Mas alojarse en Madrid en el hotel Palace, como si fuese un delito, o
intentar recortarles a los trabajadores 400 euros, que es la cantidad que,
según él se ha inventado, destina el
señor Duran i Lleida para propinas... Nada más patético que un gracioso sin
gracia, que un ingenioso sin ingenio, o que un apuntado eternamente al escaño
parlamentario dando lecciones de ética o de moral o de decencia... Al señor
Guerra "se le va la olla" y ni siquiera recuerda los servicios particulares
que, cuando mandaba, exigía a la Guardia Civil, o la utilización de un
helicóptero para llegar a una corrida de toros en La Maestranza, o tantas y
tantas desfachateces como protagonizó en los tiempos en que pensaba (y practicaba)
que Andalucía era su cortijo.
En fin, que no
nos gusta que los políticos, del signo que sean, utilicen las comparaciones o
las afrentas entre las comunidades como armas dialécticas, pero aún lamentamos
más que personajes caducos y amargados como Alfonso Guerra persistan en el
papel de bufones sin ingenio, de chistosos sin gracia.