Una mirada a la esperanza
viernes 07 de octubre de 2011, 13:23h
Hay una gran diferencia entre la noche y el día en los campamentos de
refugiados saharauis de Tindouf, en el sur de Argelia: la noche, cálida
en todos los sentidos, un silencio profundo y respetuoso y un cielo
estrellado sin un ápice de contaminación ambiental ni lumínica que nos
permitía admirar la belleza de cada una de las estrellas que aprendí a
diferenciar gracias a Silvia y Manolo.
El día, extremadamente caluroso, con un sol inclemente que ciega y quema
con una media superior a los 45 grados centígrados y que hace que desde
las 12 de la mañana a las 18 horas parezca que todo queda en silencio,
porque salir a la calle es un verdadero suplicio y un claro riesgo para
la salud, sobre todo de los niños y los enfermos.
Un
pueblo orgulloso de sus orígenes, el Sáhara Occidental, el que otrora
fuera español, y que no quiere renunciar a sus raíces españolas, pero
especialmente humilde y modesto, aceptando en todo momento la
colaboración y la ayuda que cualquier país, pero especialmente España,
sin rencor por la historia para muchos olvidada, pueda facilitarles para
continuar "sobreviviendo" y esperando la justicia internacional que no
llega tras los más de 36 años de exilio forzado, como consecuencia de la
ocupación de Marruecos de un territorio que aún lleva el nombre de
Sáhara Occidental. Un territorio especialmente rico por sus fosfatos y
por la gran costa pesquera, productos que desde entonces, y no sabemos
ni porqué ni hasta cuando, están siendo ilegalmente explotados por el
gobierno marroquí.
Niños en el colegio, con los pupitres y material escolar que les llegan
de la ayuda internacional, pobres materialmente pero especialmente ricos
de espíritu, sonrientes, alegres y felices con sus juegos, que nos
acogen con un cariño especial y con una mirada que refleja la esperanza
de un futuro que no ven llegar. Son los que consiguen vencer a la gran
mortalidad neonatal, que aun no esta determinada epidemiológicamente
pero que según todas las fuentes llega a superar el 45 por ciento.
Niños
que viven en familia pero que una gran mayoría de ellos, más del 35 por
ciento presentan una anemia ferropénica, como consecuencia de una mala
alimentación desde su nacimiento. Niños que desde pequeñitos presentan
problemas respiratorios similares al asma, porque desde que nacen
respiran la agreste arena del desierto, que es la verdadera causante de
la silicosis del adulto. Niños que solo pueden estudiar en la escuela
los estudios primarios, porque sus profesores no están capacitados para
ofrecerles una enseñanza secundaria de calidad, y que abandonan sus
familias para poder seguir estudiando en Argelia, Libia o Cuba. Son los
niños que desde hace años viajan a España con sus "vacaciones de paz"
para huir del aplastante calor de Julio y Agosto y que gracias a la
solidaridad de muchas familias españolas, pueden conocer un mundo
totalmente diferente. Pero a pesar de ello, tras estos dos meses de
vacaciones están deseando volver a vivir con sus familias.
La crisis económica que a todos nos afecta, también afecta a estos
niños, porque desde hace dos años han disminuido las familias que los
quieren acoger durante los meses de más calor en ese inhóspito desierto,
donde les ha tocado vivir por el olvido de la comunidad internacional y
por expreso deseo del gobierno marroquí. Sus padres y hermanos, los
adultos de los campamentos, nos acogen con un cariño especial en sus
propios hogares, jaimas y casas de adobe fabricadas por ellos mismos, y
con una esperanza que nosotros no podemos hacer realidad, pero que vemos
en sus profundas miradas.
No piden comida ni dinero, y ni siquiera comodidades. Solo piden
comprensión y ayuda para que los niños puedan estudiar junto a sus
familias y para que puedan tener una mejor salud, que algún día les
permita conocer a sus abuelos, de los que hoy no pueden disfrutar,
sencillamente porque ahora no llegan a vivir los años necesarios.
Los
dispensarios o consultorios, atendidos por profesionales de enfermería
con una limitada capacitación profesional, no cuentan con los mínimos
recursos necesarios y cuando los hay, en muchas ocasiones no funcionan
adecuadamente. Cuatro hospitales regionales y un hospital nacional, que
carecen de todo, incluso de la "actitud necesaria" por parte de los
profesionales sanitarios para que pudieran funcionar mejor. Aparatos de
rayos y ecógrafos que no funcionan, arrinconados a la espera no sabemos
de qué; falta de higiene y limpieza que según el Director del Hospital
Nacional, se debe a que todos los que trabajan en este campo son
voluntarios y se cansan de no recibir honorarios ni motivación...
Pero un Gobierno, con un Primer Ministro y unos Ministros de Sanidad, de
Educación y de Cooperación que con toda nobleza y humildad, aceptan
nuestras críticas constructivas y nos piden ayuda, especialmente en
formación, para que los profesores puedan impartir la enseñanza
secundaria a los niños y para que los profesionales de enfermería puedan
tener una capacitación lo más adecuada posible para hacerse cargo de la
salud de la población, ya que solo cuentan con 8 médicos para las más
de 200.000 personas que tratan de ver la luz cada día en los campamentos
de refugiados de Tindouf, y que no disponen de los medicamentos
necesarios para tratar a los hipertensos y diabéticos, solo por
cuestiones burocráticas.
Esta es la fotografía que conservaré durante mucho tiempo en mi retina y
mi corazón y que sin duda suscribirán mis compañeros de expedición:
Silvia Arias, Directora de la Oficina de Acción Solidaria y Cooperación,
Rosalía Aranda, Decana de la Facultad de Formación de Profesorado y
Educación, Julio Ancochea, Coordinador de Ciencias de Salud, José Manuel
García de la Vega, Director del Departamento de Química Física Aplicada
y Liuva González del Área de Voluntariado Internacional, todos ellos de
la Universidad Autónoma, que era quien coordinaba y lideraba esta
expedición humanitaria, y un gran experto en estas lides como es mi
compañero de fatigas en Haití, José Manuel Solla Camino, Presidente de
la Fundación SEMG Solidaria.
Llegamos a los campamentos de refugiados en nombre de la Comunidad
Autónoma de Madrid, cuyo Gobierno financia este importante programa de
formación para los profesores y los profesionales de enfermería, y en el
que están totalmente implicadas las seis Universidades Públicas de
Madrid. Ahora, nos toca trabajar a todos. A todos los que nos hemos
implicado formando la Alianza Sáhara Salud y a todos aquellos que
quieran unirse a esta iniciativa para ayudar a salir del "agujero" al
pueblo saharaui. Necesitaremos voluntarios, profesionales de la
educación y profesionales de enfermería que quieran ofrecer su
experiencia, su tiempo y parte de su vida personal y familiar, a un
proyecto que ahora nace con una gran ilusión y que a buen seguro pronto
llegará a buen puerto.
Cualquier profesional de la salud, de enfermería o medicina que quiera
ayudar a esta nueva Alianza, lo podrá hacer, sea o no de la Comunidad de
Madrid, porque este es un proyecto humanitario que no tiene ningún tipo
de barreras ni entiende de fronteras. Formaremos a profesionales de
enfermería, que sin duda serán el verdadero motor del cambio en sus
indicadores de salud y enfermedad y a profesores que garantizarán una
adecuada enseñanza secundaria. Pero también necesitaremos en esta nueva
Alianza Sahara Salud, la ayuda de cualquier empresa que quiera colaborar
en este humanitario proyecto y la de cualquier otra persona que pueda
aportar su pequeño granito de arena.
Lo único que se necesita es querer y recordar que "no hay mayor error
que no hacer nada en la vida porque solo se pueda hacer un poco". Ese
"poco", seguro que sabrá agradecerlo el pueblo saharaui, pero sobre todo
los niños con los que he podido convivir estos inolvidables días; esos
niños que nos han sabido transmitir su "mirada hacia la esperanza", sin
olvidar el alto precio que están pagando por el "sueño de su libertad".
Dr. Jesús Sánchez Martos
Catedrático de Educación para la Salud
Universidad Complutense de Madrid
Catedrático de Educación para la Salud; Universidad Complutense de Madrid.
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