El Impuesto sobre el Patrimonio o la necedad de confundir valor y precio
lunes 26 de septiembre de 2011, 14:12h
Se ha escrito mucho
acerca del reciente RDL por el que se vuelve a restaurar el Impuesto sobre el
Patrimonio, poniendo de manifiesto tanto su posible inconstitucionalidad como
sus excesivos defectos técnicos y la incertidumbre que generan, no sólo en los
ciudadanos sino, también, en las propias Comunidades Autónomas. Uno ya no sabe
a qué atenerse bien en materia tan trascendental como la tributaria, porque
resulta que el Impuesto sobre el Patrimonio va a aplicarse con efecto
retroactivo, alterando las reglas de juego en mitad del mismo. Esto último es,
a mi juicio, claramente inconstitucional (vulnera el artículo 9.3 de la CE)
aunque habrá que esperar al nuevo Gobierno que salga de las urnas porque, a lo
mejor, ni siquiera resulta necesaria la intervención de nuestro Tribunal
Constitucional, siendo suficiente con derogar el dichoso RDL -que no convence
ni al propio PSOE- mediante otra norma con rango de Ley formal. No voy a
insistir sobre lo ya escrito -los vicios formales del nuevo RDL- pero creo que hay un aspecto sobre el cual
conviene detenerse ahora, como es la enorme diferencia que hay entre el valor y
el precio de las cosas.
Ya Machado advirtió
acerca de la necedad de confundir valor y precio, aplicando su reflexión a un
período de normalidad; el valor es algo independiente del precio que puedan
darme por cualquier cosa, y por eso se asigna por uno mismo y no por ninguna
clase de mercado, que únicamente dan precios de referencia. Hay incluso cosas
que no tienen precio, como la honestidad, y hablando de cosas tangibles, la
medalla de mi abuela que no vendería ni por todo el oro del mundo. También es
cierto que hay gente por ahí capaz de venderse o de vender a su madre por
cuatro perras (o por cuatrocientos millones, que eso da igual) pero no quiero
ocuparme ahora de semejante clase individuos. Presumo que la mayoría de las
personas no es así, aunque peque de incauto, y que siempre hay algo en la vida de
cada uno que no tiene precio.
Sin embargo, el tema
que quiero tratar es otro, e incide en lo absurdo de tomar el valor de las
cosas, como base para cualquier tributo, en un entorno de economía en crisis en
donde ni el precio del oro (ese baluarte mítico para las inversiones) queda
libre. ¿Cuanto vale, ahora, cualquier Fondo de Inversión o un inmueble? Desde
luego que se trata de valores fluctuantes -siempre lo son- pero en el momento actual no existe valor
alguno de referencia, porque tan sólo hay precios para cualquier cosa (incluido
el propio dinero). Hace tiempo que el valor ha desaparecido y se ha trasmutado
en el precio que un tercero está dispuesto a pagar en un momento determinado
del tiempo cada vez más corto. Hoy puede haber alguien dispuesto a pagarme
X por mi casa (ese sería su valor real
en este momento) pero mañana, si sigo queriendo venderla, el precio puede ser
inferior o superior a X, y en el contexto económico actual, el precio que pueda
obtener estará en función de la urgencia y necesidad que tenga de vender. A más
prisa y necesidad de vender menor precio, porque así está el patio ahora, y de
nada sirve clamar contra el cielo o hacer huelgas contra el capitalismo. Esa es
una de las muchas razones -aparte de las ya denunciadas- por la que un Impuesto
sobre el Patrimonio resulta tremendamente injusto y contrario a la propia
realidad.
Ni los ahorros en
productos financieros, ni los inmuebles tienen valor anual fijo alguno, sino
que valen lo que el mercado esté dispuesto a pagar por ellos en cada uno de los
365 días del año (incluso fluctúan a lo largo de un mismo día). Y además, para los inmuebles
ya está el IBI, que grava la simple tenencia de los mismos, con lo cual la
doble imposición o el tributo confiscatorio (proscrito por nuestra
Constitución) se encuentran servidos. Sinceramente, creo que ciertos políticos
nos están volviendo locos con tanto tejer y destejer y están dando muestras de
su propia necedad, al confundir valor y precio, con tal de ganar unos cuantos
votos con mensajes completamente demagógicos.
José Luis Villar
Ezcurra
Profesor Titular de
Dº Administrativo