Entrevista con
el autor de 'Antonio y Cleopatra'
Adrian Goldsworthy: "Cleopatra usaba su sexualidad como arma, pero también su inteligencia"
sábado 24 de septiembre de 2011, 14:17h
Hay que ser valiente para desmontar los
mitos. Y para explicar que das la vuelta a una leyenda adornando tus
palabras con una sonrisa que se me antojaría traviesa de no ser
porque un historiador no parece, en principio, el perfil más dado a
las diabluras.
Pero Adrian Goldsworthy no gasta
silueta de historiador al uso. Es más joven de lo que se le puede
suponer a un buceador de siglos y su gesto desenfadado hace presumir
que la historia es para él, más que un dogma, una especie de juego
con el que descubrir por dónde han querido colárnoslas.
Y ahí va un intento: la historia de
Marco Antonio y Cleopatra. Resulta que ni ella era como nos la
cinceló en la mente el mito hollywoodiense, con los ojos llenos de
khol y la melena negra y lisa, ni él un galán rendido a los
efluvios del amor. Como cuenta en su nuevo libro, "Antonio y
Cleopatra" (Ed. La Esfera de los Libros), "realmente
Cleopatra es una mujer de ascendencia griega y macedonia y tanto su
idioma materno como su educación y su manera de pensar o de vestir
eran griegas. La propaganda romana proyectó su imagen como la de una
mujer amenazante que quería arrebatarles el poder, pero nada más
lejos de la verdad: ella nunca quiso luchar contra Roma porque no
tenía el poder para hacerlo, y en realidad fue una fiel aliada".
Marco Antonio no sale tan bien parado
para el historiador británico: "Era el líder de Roma, que en
aquel momento era la potencia más fuerte, pero no fue tan bueno como
lo pintan. Él creó su propio mito: se vendió como un grandísimo
general, un soldado espectacular; incluso hizo creer que era
descendiente de Hércules. Y en realidad era un manipulador, en
absoluto fue buen general ni buen soldado".
-Y nosotros que creíamos que éramos
los reyes de la propaganda... Resulta que los romanos de hace
veintitantos siglos nos ganan por goleada.
-En cualquier sitio donde haya
humanos haciendo política hay propaganda. Lo podemos ver en los
grandes monumentos, en los poemas de Homero... y todo se basa en un
deseo humano de que nos vean mejores de lo que somos. Es verdad que
los romanos llevan esto a un arte superior y se ve en todo lo que
hacen. Incluso hay una anécdota curiosa al respecto en el libro:
cuando César deja a Marco Antonio a cargo de Italia, éste decide
que quiere entrar como hizo Hércules en su día, con un carro tirado
por leones. Aquello fue un desastre, pero su delirio de grandeza le
llevó a intentarlo. Hoy en día la propaganda es generalizada, pero
viene de antiguo: los métodos eran distintos, pero los objetivos han
sido siempre los mismos.
-¿Podríamos decir que Cleopatra fue
la primera mujer liberada de la Historia? ¿La pionera en usar eso
que llamamos "armas de mujer"?
- Si sabemos tantas cosas acerca de
Cleopatra es precisamente por la importancia de sus amantes, pero hay
que tener en cuenta que muchas de sus antecesoras ya sabían
perfectamente cómo usar su cuerpo y su sexualidad como arma para
conseguir sus objetivos. Cleopatra lo hizo, sí, pero también empleó
mucho su mente, porque era una mujer extremadamente inteligente. Y de
hecho fue una mujer de mucha utilidad tanto para Marco Antonio como
para César: les daba el trigo y el dinero que necesitaban para pagar
a sus ejércitos y además tenían su lealtad incondicional y su
consejo, que también era valioso.
-¿Se ha llegado a enamorar del
personaje de Cleopatra?
-[Risas] Es fascinante. Sí, me
enamoré de ella bastante más que de Marco Antonio, que me resultaba
un personaje lleno de vanidad y de egoísmo. Cleopatra en realidad
también tenía esos sentimientos, pero los desarrollaba con mucho
más estilo.
-Este es el quinto libro que publica
basado en la época del Imperio Romano. Si pudiera viajar en el
tiempo y vivir en aquel tiempo, ¿qué personaje le gustaría ser?
-Puestos a meterse en el cuerpo de
alguien, me gustaría elegir a una persona que hubiese vivido mucho
tiempo. Sería interesante ser Augusto, que vivió hasta pasados los
setenta. También me gustaría poder ver a Cleopatra o escuchar un
discurso de Cicerón o de César, pero hay que tener en cuenta que
estamos ante una cultura violenta, de sangre... No olvidemos que
Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron. Puede que sea mejor quedarse
en este tiempo y verlos desde lejos. Además, si, acostumbrados como
estamos al modo de vida actual, nos llevasen a la Roma de aquellos
años, no aguantaríamos siquiera el hedor de las calles.
-En Inglaterra se acaba de publicar
el segundo volumen de sus novelas napoleónicas y acaba de entregar
el manuscrito de la siguiente. ¿Qué le fascina de Napoleón?
-No es tanto el personaje en sí de
Napoleón o el de Wellington lo que me llama la atención, sino el
hecho de que hay documentos sobre aquellas guerras que provienen de
campesinos, de gente del pueblo, y es a partir de ellos como se puede
empezar a ver el efecto que tenían estos sucesos históricos sobre
la gente de a pie. Esto no pasa antes de esta época y encuentro muy
interesante ese tipo de memorias; me resultan muy humanas. Por otra
parte, como historiador británico le diré que se tiende a pensar
que Gran Bretaña lo ganó todo, pero no es así: cuando Napoleón
luchó en España había muchos más soldados españoles que
ingleses. Nadie esperaba que Napoleón fuese derrotado y lo fue. Y
además en España. Y esa manera en la que fue derrotado me parece
muy interesante a nivel histórico. Creo que hay que romper una lanza
a favor de la historia y equilibrar la balanza.