La (mala) política clausura para siempre la centenaria historia taurina de Cataluña
sábado 24 de septiembre de 2011, 11:41h
"La política es el arte de
buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar
después los remedios equivocados." Marx, en su versión más
corrosiva -pongamos que hablo/escribo de la del genial Groucho-
llevaba razón. No solo respecto a la crisis económica social y
política que sufrimos -y de la que se benefician los cocodrilos
financieros que la crearon-, sino que son capaces de actuar de
semejante guisa en otros asuntos. Como el de la religión olorosa y
flamígera que es la Fiesta de los toros en general y su relación
con Cataluña en particular. Porque, como se sabe, este domingo la
historia llega a su fin. La historia de los toros en Cataluña, por
cierto por donde junto a las tierras navarras y vascas entraron en la
península hace siglos, comenzando a jugar con ellos, a correrlos -de
ahí el término corridas- por parte de los habitantes de entonces
para ir extendiéndose hacia el Sur por esta península con forma de
piel de toro. Pero, tras épocas esplendorosas, que alcanzaron su
tope a lo largo de las décadas medias del siglo pasado, con
Barcelona como taurinísima ciudad con dos plazas -la Monumental y la
desaparecida de Las Arenas- y funciones todos los jueves y domingos,
comenzó el declive.
En principio con la culpabilidad de los empresarios, sobre todo la
casa Balañá, gestora y propietaria de la Monumental, más ocupada y
preocupada por los cines con los que amasó una fortuna, .Allí, como
en los otros cosos catalanes -San Feliú, Figueras, Gerona etc.-,
dejaron de anunciarse las grandes figuras, subieron los precios, bajó
el trapío del toro, abandonaron el fomento de la cultura táurica y
poco a poco la afición disminuyó. La enfermedad se extendió a la
propia Monumental, que fue bajando también en asistencia
proporcionalmente al escaso interés de sus carteles, a excepción
del sumo sacerdote José Tomás. Y en esto aparecieron sobre el ruedo
virtual los políticos nacionalistas, de derecha -CiU- e
izquierda -PSC e ICV- que con la inestimable ayuda y apoyo de los
minoritarios grupos antitaurinos fueron socavando los cimientos de la
Fiesta, fueron manipulando su mensaje contra la Fiesta. No por el
sufrimiento de los animales, que indubitablemente existe, que no les
importaba nada. Sino porque la Fiesta era, según ellos, española. Y
había que quitarla del mapa costumbrista catalán. Como, por medio
de la ya famosa ILP consiguieron en el Parlament. Mientras que
protegían el otro sufrimiento de los toros: el del 'corre bous',
porque este sí era tradicionalmente catalán, siempre según esta
desinformada y manipulada inquisición de la alianza nacionalista y
antitaurina, que olvida lo expresado líneas arriba: cómo los toros
y su espectáculo primigenio entraron por sus fronteras pirenaicas
para asentarse allí y extenderse después al resto de Iberia.
Y ahora llega el fin, que todo indica será definitivo, salvo
milagro del Tribunal Constitucional, al que ha recurrido el PP -único
defensor junto a Ciutadans de la Fiesta- que considere ilegal esta
prohibición. De modo que, la libertad de las personas que quieran
asistir a los festejos ha recibido la puntilla en nombre de la
democracia y precisamente la libertad. De modo que cual reza el
refrán también español -vaya por Dios- 'entre todos la mataron y
ella solo se murió'. Ni José Tomás, que más allá de gestos nada
ha hecho por salvarla, ha parado lo imparable. Eso sí, este domingo
oficiará -y participará- la ceremonia del fin del espectáculo de
las corridas -no del taurino, que, recordemos, queda el 'corre bous'-. Junto a otro sacerdote, que cargará eternamente con otro
símbolo: Serafín Marín, el último matador de toros catalán, que
será el encargado de despachar el postrer bicorne que salte al ruedo
de la Monumantal. Es la última batalla de la Fiesta, que este
domingo recibe la puntilla y pierde la guerra definitivamente, a
pesar de sus vínculos y trayectoria catalana. Descanse en paz. Y
olé.