miércoles 21 de septiembre de 2011, 16:30h
Los mensajes que está
lanzando el candidato del PSOE a todo bicho viviente son realmente preocupantes
por su contenido altamente demagógico y de simplificación de los problemas
reales de nuestro país. "Que los ricos paguen más" es una especie de
grito de guerra a cuyo son todos quieren bailar porque, dicho así, la
proposición contraria (que los ricos paguen menos) puede parecer hasta
delictivo. Sin embargo, el "candidato", que puede ser de todo menos simple
de mente, sabe muy bien a qué juega porque él no pretende arreglar el país -en
ese caso sus propuestas serían muy diferentes-
sino alcanzar un número de votos suficiente como para evitar una
catastrófica derrota electoral.
Supongo que, de otro modo, tampoco se entiende que ese
"candidato" venga ahora a sostener la política de inmersión
lingüística en Cataluña colocándose en una posición abiertamente en contra de
lo ordenado por los Tribunales de Justicia. Igualmente, tampoco llego a
comprender que cualquier medida anunciada por el "candidato" en
cuanto al incremento de ingresos, resulte directamente vinculada con una
especie de creación automática de empleo, como sucede con la restauración,
precipitada y técnicamente muy imperfecta, del Impuesto sobre el Patrimonio,
porque los hechos demuestran que los Gobiernos de las dos últimas legislaturas
han dilapidado el dinero público y, además, han destruido empleo.
Y es que se está jugando con el "todo vale" (sobre
todo si capta votos) para ver cuántos incautos pican en el anzuelo, mientras la
tormenta sigue cayendo sobre todos nosotros sin que esto tenga visos de
arreglarse. Por un momento, imagino, en ensueños de pesadilla, que el candidato
socialista obtiene el suficiente número de votos como para formar Gobierno (eso
sí, con múltiples alianzas y servidumbres) y me echo a temblar. Si esa
circunstancia se diese, el "candidato" se vería obligado a cumplir
sus precipitadas promesas electorales y nos veríamos inmersos en un camino muy
semejante al que tomó Grecia hace años con los nefastos resultados que ahora
cosecha (ahora se le exige prescindir, nada menos, que de 20.000 funcionarios).
Un país, en donde un porcentaje muy alto de la población o bien es funcionario,
o bien pensionista o simplemente estudiante, está abocado a la quiebra, porque
el verdadero empleo y la riqueza del propio país la proporciona su tejido
empresarial. Queramos o no, vivimos en un entorno globalizado abiertamente
capitalista, y clamar contra esto se antoja como escupir al cielo por muy
injusto que sea (también los efectos de los huracanes son injustos pero a nadie
se le ocurre protestar frente a ellos) y la única salida pasa por ganar la
confianza de los mercados, para lo cual hay que actuar con sensatez y remar
juntos.
Como dice el refrán, dos no pueden si uno no quiere y aquí
están apareciendo mensajes absurdos y demagógicos -siguiendo con el refranero
español- que suenan a pescar en río revuelto. Que ciertos partidos catalanes (y
el propio candidato del PSOE) vengan ahora con la "intangibilidad" de
su sistema educativo de inmersión lingüística es de chufla, porque no me creo
que éste sea el principal problema de Cataluña, sobre todo tras el anuncio de
la necesidad de emitir "deuda patriótica". Que antes de celebrar las
elecciones se nombren apresuradamente personas afines a una determinada
tendencia política para cargos públicos, con la única finalidad de asegurar sus
ingresos (en detrimento de la independencia o la valía profesional) no sólo es
una barbaridad sino que conculca el principio constitucional de "interdicción
de la arbitrariedad" y debería ser objeto de la correspondiente exigencia
de responsabilidad a quienes realizan tales nombramientos. Y que quienes han
gestionado pésimamente la "cosa pública" (Gobierno, Comunidades
Autónomas, Ayuntamientos o Empresas Públicas) no sólo salgan indemnes de sus
desafueros sino que, además, se vean recompensados con puestos en las listas
electorales es ya el colmo de los disparates consentidos.
O sea, que o rectificamos ya mismo y dejamos de soplar
gaitas, con el simple propósito de atraer el electorado o vamos por el camino
emprendido por Grecia que ya sabemos a
dónde conduce. Porque en el siglo XXI, un país plagado de funcionarios,
pensionistas y estudiantes pero huérfano de empresarios sólo puede caminar
hacia la ruina total o hacia un totalitarismo a la venezolana.