lunes 12 de septiembre de 2011, 17:53h
Rubalcaba nació como candidato grande, dentro de lo que cabe en sus circunstancias, de quien se esperaba un efecto nivelador de unas encuestas negativas. Tenía a su favor una larga experiencia, la autoridad de quien era vicepresidente poderoso y el mérito de que, como ministro de Interior, a pesar de zonas oscuras, había acorralado al terrorismo manteniéndolo inoperante. Sin embargo, se está dando el curioso fenómeno de su empequeñecimiento, día a día, según se va aproximando la fecha electoral. El empequeñecimiento es tan notorio que hasta se refleja físicamente en su imagen que aparenta miniaturizarse. Es posible que sus medidas objetivas sigan siendo las mismas pero parecen menores, como las cabezas reducidas de los jíbaros que solo conservan iguales las patillas mientras se miniaturizan sus facciones.
Las claves de esta disminución son varias. Quizás la más relevante fue su error en considerarse líder del socialismo cuando seguía operativo un presidente y secretario general y cuando una posible derrota de su candidatura no hace fácil suponer que vaya a ofrecer una perspectiva de liderazgo de futuro al importante partido al que pertenece. El hipotéticamente amortizado líder en fase terminal, Rodríguez Zapatero, no solo no se ha encogido sino que está protagonizando una actividad política que condiciona los movimientos de Rubalcaba, tanto a través de acuerdo transversales, con la actual oposición y futuro gobierno como en cuanto receptorde una sintonía internacional, especialmente europea, que sobredimensiona a Zapatero y a Rajoy como referentes, mientras el famoso Alfredo intenta complacer a sectores de un izquierdismo extremo que, probablemente oscilará hacia sus querencias típicas dispersivas y no hacia un candidato oficialista liliputiense.
Por si fuera poco, una incertidumbre entre las maniobras fiscales del gobierno aún activo y sus insinuaciones programáticas le priva del menor atisbo de confianza hacia sus improvisaciones entre los sectores con responsabilidades económicas. Sus intenciones recuerdan a las de Calígula que, al ver el tesoro imperial agotado, solo se le ocurrió subir caprichosamente los impuestos, esquilmar a las administraciones provinciales, léase hoy diputaciones, y estudiar procedimientos confiscatorios contra los ciudadanos acaudalados y potenciales emprendedores. Con estos procedimientos se cumplió la profecía de su padre adoptivo Tiberio: “Estoy criando una víbora para el pueblo romano”. En este caso, consciente o no, Zapatero no está criando una víbora sino desnutriendo al candidato, de tal manera que ya no parece sino el espíritu de la golosina.