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El hurón: Busco trabajo

El hurón: Busco trabajo

jueves 01 de septiembre de 2011, 18:25h
Reconozco que ya soy un poco carrozón, un dinosaurio para algunos. Pero no importa, tengo fuerzas, tengo ideas, tengo experiencia… Y un curriculum profesional como para sacar pecho. Bueno, pues resulta que no sirve para nada. Lo intento, pero como mucho unas buenas palabras y un “abuelito dedícate a descansar, que lo tienes bien ganado”. Sin embargo, tengo más fe que una locomotora Musel de los cuarenta. El cuerpo me pide “más madera” y he recurrido a mis viejos y poderosos amigos que todavía sientan culo en coche oficial. “Imposible”, me dicen. Unos y otros han llenado las nóminas oficiales y las empresas públicas también han echado el cerrojo. Hace algunas semanas lo intenté en el mercado de toda la vida. Pensaba que, como buen cliente, alguno de mis antiguos proveedores podría echarme una mano. Pues tampoco. Que si carné de manipulador de alimentos, que si seguridad social, imposible…Menos mal que uno es inasequible al desaliento, porque todo hacía prever que doña Depre estaba dispuesta a acompañarme por un tiempo. Tengo en circulación, sin exagerar, varios centenares de historiales profesionales (suficientemente engordados), pero ni con ésas. Lo más que he conseguido hasta la fecha son dos ofertas que he rechazado. La primera  como “maquillador de fiambres”. Una empresa de trabajo temporal, que solicitaba personal no cualificado para trabajo sin riesgo y bien remunerado, me propuso un contrato con incorporación inmediata. Para allá que me fui, pero a punto estuve de ser yo el sujeto maquillado, tras sufrir un soponcio indescriptible al comprobar que se trataba de un tanatorio. Al regresar a casa, la parienta no comprendió las razones de mi renuncia, porque “se trataba de un trabajo que requería poco esfuerzo físico” ¡Qué jodía! La segunda negativa se la di a una señorona bien de Valladolid, que pretendía que ejerciera de “señorito de compañía” de ella misma. Buscaba varón apuesto y con buena conversación. En principio me pareció una buena oportunidad y, aunque los honorarios no eran nada del otro mundo, ofrecía buenas propinas por “trabajos especiales”. Me puse a la tarea. El primer día la recogí en su portal sobre las nueve de la mañana (que no son horas) y la acompañé a una parroquia cercana. Media hora de confesión, un cuarto de penitencia y a la calle. -Y usted, señor, ¿no se confiesa nunca? Le conté mi vida y le dije que ya no estaba en edad de pecar. Intentó indagar más sobre mi vida privada y me fui escurriendo hábilmente. Decidí tomarme aquello como un juego y reinventar mi vida sobre la marcha. Y así, Paseo de Zorrilla arriba, Miguel Íscar abajo, iban pasando los días. La señora, en adelante doña Engracia, ya había superado los ochenta y presumía de haber dado “matarile” a dos maridos. Todas las tardes, a la hora del té, se tomaba un lingotazo de JB con dos hielos. -No piense mal, me decía, me lo recomienda el médico porque es un buen vasodilatador. Pues bueno. Antes de entrar en el establecimiento me daba el dinero para que yo me hiciera cargo de la cuenta. Este hecho me hacía sentir más macho ibérico. De esta forma cumplimos el primer mes. Pagó religiosamente los quinientos euros convenidos y me dijo que ya llegarían los extraordinarios prometidos. Y llegaron, ya lo creo que llegaron. Una tarde, al ir a recogerla, el portero de la finca me advirtió que subiera a su casa porque se encontraba un poco indispuesta. La casa, como me imaginaba, era un casoplón de tres pares de narices. Doña Engracia, muy repeinada y exageradamente perfumada, lucía una bata de seda color crema. Me invitó a pasar y acomodarme en un espacioso y confortable sillón. “El servicio, me dijo, se ha tomado el día libre y he pensado que hoy era buena oportunidad para celebrar el primer mes”. No salía de mi asombro. Llegaron el café, las pastas y, ¡oh sorpresa!, un botellón de champán francés. “Tenemos algo que celebrar”, comentó, y nos dieron las ocho, las nueve y las diez. Le dije que debía marcharme, pero ella me pidió que esperara un poco, que aquello sólo era el principio de una larga amistad. Me temblaban las piernas. A doña Engracia se le había caído el cinturón de su bata y pude ver lo que no me imaginaba. Doña Engracia era don Manuel, un viudo juguetón que le había encontrado gracia al travestismo y del que me libré de verdadero milagro. Por cierto, sigo en el mercado en busca de mejor oportunidad. Félix Lázaro. Periodista. Notas de Gumer.-1.-Más claro, agua. El jefe viene desentrenado y cuenta lo que yo ya sabía. Yo le esperaba en el portal el día de autos y prefiero pensar que lo que cuenta es verdad. 2.-Cospedalizar.Tomen nota, es un verbo con mucho futuro.
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