Lo del Partido Popular con Nafarroa Bai es de aquelarre. Meter en el mimo apestoso saco de los batasunos a la formación nacionalista y panvasquista no deja de ser un error. Ciertamente, Mariano Rajoy y su staff deberían definirse de una repajolera vez y ser sinceros: no les gustan nada de nada las autonomías, especialmente en las que no gobiernan o en las que pueden dejar de hacerlo, por más que se agarren al clavo –para ellos ardiente—de la interpretación literal de la Constitución. Eso sí, al PP no le importaría nada, a meses vista, firmar acuerdos con el PNV, presente, junto a Bastarre y Aralar, en NaBai.
Aunque también resulta de aquelarre que un sector –numéricamente importante—de barones socialistas hagan dengues, propios de damisela decimonónica ante una fuente de frutos de sartén, a la hora de consolidar un pacto de Gobierno entre el Partido Socialista de Navarra y NaBai, lo que dejaría en la oposición a la Unión del Pueblo Navarro, la marca del PP en la Comunidad Foral.
Una parte considerable de la minoría panvasquista de Navarra decidió ir junta a las elecciones del pasado 27 de mayo. Y lo hicieron sin subterfugios y sin engañar a nadie. Prueba de ello es el avance electoral obtenido. Por tanto, Nafarroa Bai, nada sospechosa de connivencias terroristas, hasta el punto de que el coraje cívico demostrado por Aralar, (formada por exbatasunos que eligieron la vía política y democrática, hace de Patxi Zabaleta, su cabeza de lista, un serio candidato al tiro en la nuca de los etarras) merece el respeto y hasta la solidaridad de todos aquellos que, como el Partido Popular, a diario, lanzan soflamas democráticas.
Todos los pactos postelectorales, todas las combinaciones de alianzas, no sólo son lícitas sino que, en el caso de Navarra, incluso pueden ser altamente necesarias para la regeneración de la vida pública. Ni Rodríguez Zapatero vendió Navarra a los batasunos, ni en el Antiguo y Viejo Reyno va a suceder nada que democráticamente no elijan los propios navarros, sean estos navarristas de viejo o nuevo cuño o panvasquistas de toda la vida. Porque si resulta difícil –por no decir imposible—que un ciudadano de Tudela, Tafalla, Mendavia o Los Arcos se considere miembro de la supracomunidad vasca, ¿a ver quién le dice a un navarro del Baztán, de Alsasua, del Valle de Amezkoa, que no es euskaldún?. El destino de los navarros está en sus propias manos, en sus propios votos, en su capacidad de elegir.
Satanizar a Nafarroa Bai, presentar como acólitos de Satanás a Uxue Barkos o a Zabaleta, o a tantos hombres y mujeres de la formación, hace que al columnista le entren unas irrefrenables ganas de coger el primer tren para Pamplona e invitarlos a unos cuantos vinos con sus correspondientes tapas. Si eso es el Infierno, servidor se apunta.