MODAS INFAMESFumando espero
lunes 21 de marzo de 2011, 08:14h
Muchos españoles -seamos o no fumadores-, somos críticos con la “doble moral” del Gobierno en su esquizofrénica relación con esa planta que Cristóbal Colón vio poco después de llegar a América en 1492. Unas hojas que los indígenas del Caribe fumaban enrolladas o valiéndose de una caña o tubo llamado tobago, de donde deriva el nombre común de la planta.
Con la entrada en vigor de esta nueva Ley Antitabaco que permite fumar en plazas de toros y estadios deportivos al descubierto, y en terrazas, al tiempo que prohíbe hacerlo en todos los locales públicos de ocio, incluidos bares y restaurantes; en las proximidades de hospitales y centros de salud, colegios y parques,… somos muchos, cada vez más, digo, los perplejos ciudadanos que nos decimos que si es malo fumar, lo consecuente sería que no se permitiese tampoco la venta de tabaco.
Ley de doble moral, parto innecesario, juegos malabares, y otras mil lindezas más ha recibido esta ley que el gobierno ZP se ha sacado de la chistera de una virtual, pero más que probable dirección general de fuegos de artificio y distracción social (que, aunque no figura en el organigrama del Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales, de Leire Pajín, estoy convencido de su existencia real) para que el personal no repare en que, a este paso, vamos enfilados en una carrera imparable hacia los 5 millones de parados.
Tabaquismo y fundamentalismo
Quien esto suscribe también fue fumador (nunca empedernido) hasta los veintitantos, momento en el que dejó de serlo, convencido de que una tan absurda inclinación no tenía sentido alguno. De esto hace ya más de 30 años. Pues bien, la ley antitabaco con la que nos ha regalado el gobierno ZP me ha hecho replantearme la cuestión. Y eso que, en el fondo, no puedo estar más de acuerdo con el fin que pretende, pero nunca con la forma y menos aún con el tiempo (los tiempos, debiera decir) empleado para imponer esta ley. Una ley que ¿va a acabar con el problema del tabaquismo? Mucho me temo que no fumar en los locales no reducirá el número de adictos al tabaco.
El problema puede, incluso, agravarse por el efecto contrario que suelen traer este tipo de prohibiciones que, por si fuera poco, alientan -además- la delación (véase, si no, la ley seca en Estados Unidos de América) que, en lugar de aportar razones para su implantación, argumenta la cuantía de las multas a imponer. Multas que no hacen sino alentar la natural rebeldía del ciudadano que sólo se presta a ser regulado si percibe que la bondad de las consecuencias generadas es mayor que la prohibición que las provoca.
Las contradicciones más flagrantes de esta ley antitabaco las he visto acuñadas en dos instantáneas. Por un lado, lo que un malhumorado fumador subrayaba en un diario de Ávila: “hace cuarenta años, que estaba todo prohibido, hacía lo que quería y ahora que se supone que se permite todo no puedo hacer nada”. Por otro, con la polémica suscitada por los teóricos “cigarros” que fumaban varios actores y cantantes durante la representación del musical Hair. Al parecer, se trataba de una mezcla de albahaca, hierba luisa y hoja de nogal. Sucede otro tanto en multitud de obras teatrales que hoy siguen en escena y que levantan las iras de un nuevo fundamentalismo, el antitabáquico.
No son, todos estos, malos avisos para otra nueva ley que esa virtual dirección general adscrita al ministerio del ramo está ya preparando en los alambiques de su laboratorio que también contribuirá, al parecer, a construir esa nueva sociedad con la que sueña nuestro presidente: la futura Ley Integral para la Igualdad de Trato y la No Discriminación. El que avisa -ya se sabe- no es traidor, aunque pueda llegar a convertirse en sospechoso, claro. Pero estos son gajes del oficio.