lunes 21 de marzo de 2011, 07:43h
La buena noticia es que la explotación minera de Santurbán ha abortado.
Oyendo el programa Hora 20, si bien encuentra uno argumentos de parte y parte, a la postre lo que realmente convence es la posición de Manuel Rodríguez sobre la imposibilidad científica en el momento actual de garantizar que la minería abierta en montaña, por cuidadosa y responsable que sea, es inocua para el entorno ambiental.
Es que en este caso conservadurismo y conservacionismo se unen. Ante la duda, abstente, dice la máxima. No se le puede exigir al Estado la plena prueba del daño. Pero si el particular tampoco está en capacidad científica de asegurar que su actividad no es nociva, lo preferible es negar las licencias y esperar a que la evidencia científica aflore.
Guardadas las proporciones, es el mismo punto de vista que he sostenido en relación con la adopción en parejas del mismo sexo. Apoyo sin vacilación el matrimonio gay. Negarlo es una discriminación. La consecuencia debería ser, en apariencia, que entonces esta pareja así formada, para lograr la plenitud de sus derechos, debería estar habilitada para adoptar hijos. Pero sucede que en este punto, lo que debe mirarse es la garantía de los derechos del niño. Y en tanto no haya evidencia de que la crianza de un hijo en esas condiciones no le genera daños sicológicos, es preferible también abstenerse. Obró bien la Corte Constitucional al darse un compás de espera sobre esta difícil materia.
Regresando a Santurbán, algo que impresiona de manera positiva es la manera como la cuestión ha calado hondo en diversas esferas sociales. Muchos de estos temas ambientales, que a nadie importaban hasta hace muy poco, han ido ganando espacio en la conciencia pública.
Por eso quiero exaltar el papel de Engíver Estévez, concejal de Puerto Carreño, promotor de un Acuerdo del Concejo que declara “los peces pavón, payara y sardinata, peces insignia e insignes del Municipio”. Así, con su lenguaje rebuscado y todo, en esencia el Acuerdo prohíbe la pesca de estas especies, excepto para la actividad deportiva o recreativa, siempre y cuando los pescadores las devuelvan vivas a su hábitat. Prevé esta norma el decomiso de los aparejos y una multa, así como la judicialización en caso de reincidencia.
Esta es una afortunada decisión del Cabildo, más allá de cualquiera elucubración sobre su legalidad. Lo cierto es que por este medio, Puerto Carreño es como una especie de Inderena eficiente, que ha logrado controlar de manera eficaz la desaparición de estos peces. Pero Engíver Estévez no se limita a ser un admirador inerte de la naturaleza. En su exposición de motivos, que es una verdadera pieza de antología, agrega con lógica aplastante un argumento adicional: que estas “especies ictiológicas son fuente generadora de turismo de la más alta importancia mundial”, algo que distingue a esta localidad de las demás y le confiere “gran ventaja”. Me dice Engíver que en la temporada de vacaciones el municipio recibe más de .000 millones por cuenta de la pesca deportiva.
Estévez ha encontrado y puesto en práctica una segunda lógica: un conservacionismo que es, a la vez, fuente de enriquecimiento. La postura de Engíver tiene la coherencia de un balín de acero. Buena por él.