lunes 21 de febrero de 2011, 15:25h
Los vertiginosos acontecimientos que se han producido en Túnez y en Egipto, y que encuentran ecos insospechados en otros de la región como Argelia y Yemen e incluso Irán, desconciertan a los analistas y políticos que creían imposible la posibilidad de democracias en los países árabes. Desde la revolución iraní liderada por Khomeini en 1979, los países árabes parecían estar condenados a un destino ciego: o ser prooccidentales, manejados por gobernantes corruptos y dictatoriales, o caer en manos del islamismo radical, enemigos acérrimos de Occidente. Nada que ver en cualquier caso con la democracia que parecería estar fatalmente identificada con el neocolonialismo occidental, ajeno por completo a la cultura árabe. Lo irónico del caso es que tanto los dictadores sátrapas como los que acaban de caer en Túnez y en Egipto, como los islamistas radicales y sus voceros ideológicos occidentales se beneficiaron por décadas de esta al parecer insoluble contradicción.
Lo inédito de los movimientos tunecinos y egipcios de este mes es que han sido protagonizados por una generación que, como señalaba Olivier Roy en un reciente análisis publicado en Le Monde, "es pluralista, sin duda porque también es individualista". Estos jóvenes "expresan sobre todo un rechazo a las dictaduras corruptas y una demanda de democracia. Eso no quiere decir que los manifestantes sean laicos, sino simplemente que no ven en el Islam una ideología política incluso para crear un orden mejor: se encuentran a gusto en el "espacio político secular". "La práctica religiosa ha sido individualizada". Estos jóvenes forman parte de un movimiento laico que privilegia el respeto y no la guerra santa.
Precisamente por ello, no entendieron su movimiento como una lucha del nacionalismo árabe contra los EEUU e incluso Israel. Hay que ver las pancartas, los eslóganes coreados en las calles y las declaraciones pero también los textos de pensadores políticos como el Premio Nobel Naguib Mahfuz o Naser Hamed abu Zayd, autor de Crítica del pensamiento religioso, recientemente fallecido en el exilio holandés. Su exigencia de nacionalismo estuvo más bien centrada en la lucha, aquí y ahora, por un país libre en el que fuese posible vivir con dignidad y en el que los dictadores no impongan por miedo, hasta lo que hay que pensar.
Es posible que los acontecimientos por venir conviertan esta incipiente primavera de libertad en el cruel invierno del Terror.
En Occidente, las revoluciones han terminado siempre devorando a sus propios hijos y la lección que las grandes luchas francesas del siglo XVIII, rusas de los años veinte y treinta del siglo XX, no es recomendable en absoluto, incluyendo entre nosotros a la cubana. El proceso será largo y quizá caótico, dice Roy, pero una cosa es cierta: no nos encontramos más en el excepcionalismo árabe- musulmán. Pero también es muy factible que no sigan las malas lecciones de Occidente y que la libertad no quede destrozada por el Terror. Al fin y al cabo, Averroes no se limitó a ser discípulo de Aristóteles.
alandazu@hoy.com.ec