miércoles 16 de febrero de 2011, 21:50h
Aunque no igual, la historia se repite. Antaño, en los sesenta y setenta del siglo pasado, muchos compatriotas tuvieron que emigrar de España a Alemania en busca de mejor vida. En muchos pueblos era tan difícil ganarse el pan que la gente con menos posibles se las tuvo que buscar en otros lares. La emigración fue de gente que se vio de la noche a la mañana sin trabajo de ningún tipo al mecanizarse el campo. La irrupción del tractor aligeró de tal manera la mano de obra agraria que muchos vieron que el futuro de ellos y, sobre todo, de sus hijos, no estaba aquí. El País Vasco, Cataluña, Francia, Alemana, Bélgica o Suiza fueron los lugares principales de recepción de aquella gente que se iba, pero que no quería marcharse. De aquellos lodos viene la despoblación de nuestros pueblos. Desde aquellos tiempos se padece la secuela irreparable del silencio y el abandono de la casa de los abuelos.
La canción del “emigrante” de Juanito Valderrama se puso de moda. Era la música que complementaba la imagen de aquel padre que con la maleta de cartón y su hijo al lado esperaban en una vieja estación un tren que les llevara al nuevo destino. Hasta dos millones de españoles tuvieron que abandonar su tierra. Y tuvieron que empezar a aprender francés o alemán. Les costaba hablar español y por esas cosas de la vida tuvieron que hacerse políglotas.
El caso es que gracias a esos emigrantes, que enviaban sus divisas a España, esto empezó a mejorar de forma notable. Eso y el turismo levantaron la España de Franco. Después la democracia nos aupó hasta convertirnos en receptores de emigrantes. Nada menos que cuatro millones han servido para elevar la población actual española hasta los 47 millones de habitantes. Todo iba de fábula, hasta el punto de creernos todos ricos. Zapatero llegó a presumir de que habíamos superado a Italia y que se preparan Francia y Alemania. Era tan osado que se atrevió a decir que Merkel era una política fracasada. La misma que hace unos días le examinó para saber si había hecho los deberes que le había puesto. No le quedó más remedio a Zapatero que tragar porque casi cinco millones de parados le persiguen.
Esta es la realidad del panorama económico español después de tres años de crisis. Vivíamos en una burbuja que se pinchó y no hemos sabido reponernos. Teníamos una economía basada en la especulación y el ladrillo, en lugar de la solidez que genera la industria, y la hemos terminado pagando. El resultado está ahí: un 13% de las empresas han desaparecido, más de un 10% de los autónomos han cerrado sus proyectos de vida, se ha dado un cerrojazo al crédito tanto a las pymes como a los hogares y todos en conjunto somos mucho más pobres que a mediados del 2007.
No extraña que en medio de este panorama haya un 19% de licenciados en paro, y que más de 100.000 personas hayan emigrado en el último año en busca de trabajo. Pero la demostración más cruel de nuestro fracaso es la petición hecha por Ángela Merkel para que se incorporen al mercado alemán nuestros jóvenes más preparados. Y es un fracaso no porque se vayan, que eso es bueno para los jóvenes, sino porque se vean en la obligación de irse porque no les queda más remedio.
Ingenieros, médicos, químicos o informáticos tendrán que echar el hato e irse a Alemania. Serán los nuevos emigrantes. Por supuesto que en este mundo globalizado ya no deben verse fronteras como antes, y que sería estúpido plantear el problema en ese sentido, pero eso es una cosa y otra muy distinta comprobar nuestra incapacidad como país, nuestra incongruencia histórica. Ahora somos capaces de crear grandes profesionales pero los dejamos tirados en la cuneta. La generación perdida sólo puede salvarla Alemania, como antaño a Pepe.
Aniano Gago. Periodista.