Alicia Pietri es de los niños y sobre todo de los pemones, quienes a buen seguro la lloran y la oran
Viaja hacia el más allá Alicia nuestra en vísperas del día del amor para llegar al encuentro de Rafael Caldera, luego de su largo pasaje terreno que la aproxima a los 88 años. Vuelve al sitio de donde todo procede, a donde todos regresamos medidos por el mismo rasero y al final de nuestros días .
Alicia mía la llaman en la intimidad, incluido su esposo, reclamando la preferencia de su buen humor, de su trato hecho sinceridad sin trastiendas. Pero ahora es Alicia nuestra. Su obra y ejemplo quedan para la memoria de los venezolanos.
Se va en una hora menguada del país, vacía de merecimientos y aprecio por el logro, que es obra personal y no privilegio o dádiva corruptora que reciben o con la que se explotan a los menos.
¡Y es que ella misma, Alicia, desde siempre es un ejemplo de constancia! De otra forma mal ha podido escalar hasta el escenario del Teatro Municipal y mostrar allí su frágil figura, levitando para rasgar las cuerdas de su arpa clásica.
"Solitaria y encogida, casi como un grano de maíz en una bandeja, la niña extiende sus brazos en un gesto aéreo para colocar sus manos sobre el instrumento", cuenta Milagros Socorro, quien la traza con pinceles magistrales y recrea los tiempos idos.
Goza, Alicia nuestra, del mismo don que la democracia fomenta en miles de infantes y de jóvenes quienes le dan vida a nuestras orquestas. De allí que José Antonio Abreu, epígono del mérito, la reconoce en su otoño y le brinda conciertos pues sabe que llegan al oído sensible y adiestrado de una mujer que es algo más, mucho más que la consorte de un político de prestigio.
Alicia nuestra es de los niños y sobre todo de los pemones, quienes a buen seguro la lloran y la oran. Son los amigos y los compadres originarios del sur, de Kavanayen, con quienes comparte y departe en sus visitas repetidas de Semana Santa, acompañando a Caldera y acudiendo con sus ahijados a las misas de la Iglesia de Santa Teresita; donde queda como reliquia de su humano tránsito el Cristo que les obsequia Juan Pablo II, sembrado en el vientre de nuestra madre tierra.
Primera Dama de la República en dos oportunidades, Alicia nuestra acepta con disciplina y elevado sentido de la responsabilidad lo que significa hacer de su intimidad y ámbito familiar un museo de cristal, expuesto a la diaria observación de extraños que ya no lo son, pues ocupa la Residencia Presidencial donde sus pasos revelan pulcritud, prudencia, dignidad y disposición al servicio de Venezuela.
Julio Mesutti, el fotógrafo cantante, quien se descubre como tal cuando gana el Festival de la Canción que organiza Alicia a inicios de los años '70, hoy la recibe con su tonada porteña pues parte adelantado. Otro tanto hace el poeta Pablo Neruda, quien le obsequia sus versos como antes lo hace para el libro "Páginas para imaginar" que ella destina a los niños de nuestra patria.
Ya maduros, quienes participan de los programas vacacionales que organiza desde la Fundación del Niño cada año y quienes albergan en sus corazones el recuerdo de los días en que descubren las maravillas con que dota la naturaleza a nuestra geografía, acusan la nostalgia.
Riocaribeña, descendiente de corsos, frugal en sus hábitos, Alicia nuestra devuelve con creces a sus hijos, los venezolanos, esos dones que le brinda la vida y se gana a pulso. Queda para la escritura de los historiadores su obra profunda de recuperación del hábitat, hoy menguado, pues entiende que el deterioro corre en línea contraria al fortalecimiento de la autoestima nacional.
Siembra con parques de bolsillo a Venezuela y luego le gana espacios a la declinante Caracas con su programa "Un cariño para mi ciudad". Son sus testigos de excepción Jesús Soto, con su Esfera de la autopista del Este, y Jorge Blanco, con sus trotadores de la Cota Mil.
La casa prestada, la que la hospeda por dos veces entre 1969-1973 y 1994-1999, la entrega ennoblecida antes de ocupar la de siempre, Tinajero. Es consciente que aquélla, tanto como ésta, revela el talante y la cotidianidad de sus ocupantes. ¡El ejemplo comienza por casa! De allí que al despedirse por última vez del territorio del poder que le imponen las realidades del hombre que la ama con devoción hasta el final de sus días, deja la memoria escrita y fotográfica del patrimonio histórico que cuida con esmero maternal. Sus pasillos y jardines guardan eco de una inquilina de excepción.
La caricatura postrera de Eddo lo dice todo. Revela el llanto de "museíto", el luto de la obra que perdura, el Museo de los Niños: se nos fue Alicia Pietri, una Dama de Primera.
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