Oficio ético de la política
lunes 14 de febrero de 2011, 17:56h
La brecha entre la gobernabilidad -emanada de los tradicionales partidos políticos- y la ética política que impulsa el Gobierno Nacional, se percibe en el nivel de decisiones que apuntalan un objetivo irrenunciable tendiente a impulsar cambios estructurales que revaloricen la calidad de vida de la sociedad.
El “liberalismo salvaje” que caracterizó a la última mitad del siglo XX y la visión actual de Ecuador, impulsada por reglas y procedimientos constitucionales para eliminar la desigualdad, es el caldo de cultivo en el que germinan los conflictos de baja intensidad organizados contra las políticas sociales del régimen, que buscan cubrir los desajustes de la diversidad étnica y cultural que dejó el clientelismo e hizo del voto la transacción de un activo con el que se pervirtieron las verdaderas reglas de la vida democrática. Ellos, como hábiles operadores del caudillismo, se manejaron en las cloacas desde donde salía el financiamiento político, la asignación de cargos públicos, la gestión de mayorías parlamentarias y transacciones con el sector privado para la producción de leyes y reglamentos, la adjudicación de licitaciones y la concesión de beneficios y exenciones tributarias.
¿Cómo no entender, entonces, la oposición ciega a la consulta popular en la que el Primer Mandatario tiene el deber de preguntar y nosotros, los ciudadanos, el derecho de responder? Las tramposas aproximaciones y sobaderas de estos muñecos de guiñol se explicaban, si cabe hacerlo, cuando el recurso de utilizar al soberano buscaba legitimar pequeñas o grandes triquiñuelas para blindar intereses y justificarse con el falso apoyo de decisiones mayoritarias. El viejo y vapuleado ardid de que las soluciones a los problemas de inseguridad, desempleo y fragilidad del sistema constitucional son posibles boicoteando los esfuerzos de un régimen vertical, empeñado en eliminar las muletas que sostienen el pasado vergonzoso de una clase, ya no tiene sustento.
“Tenemos responsabilidad moral por la historia”, decía Karl Popper. Hoy tenemos la posibilidad de reflexionar y apartar del debate a los activistas fracasados que empujan -por encargo- cruzadas de liberación que no son sino miserables intentos de conspiración.