La diarquía es aquella forma de gobierno en que el poder reside en dos personas que ejercen simultáneamente el mando. Esta parece ser la elegida para la fase final en la legislatura socialista:
Zapatero y
Rubalcaba. Todos los duos tienen una apariencia de conjunto armónico y una realidad sicológica inestable. Sucede en la política como en las actividades artísticas, en la canción, en el humorismo, en le circo, que las parejas se presentan como unidades ante el público pero acaban separándose porque, en su interior, sueñan con un destino individual y superior al “partenaire”.
Tu estás aquí para que yo no me caiga, piensa uno. Yo estoy aquí para cuando tu te caigas, piensa el otro. Los predilectos de cada uno se encargan de subrayar las distancias. No he conocido un socialista mejor, dice uno, refiriéndose a Zapatero. Hay tres opciones, dice otro, que se llama Alfredo, Pérez y Rubalcaba, dice otro. Los mas afines, por ejemplo
Blanco y
Jáuregui, son como concuñados que se miran de reojo mientras sus jefes naturales actúan sobre el tinglado de la antigua farsa.
El problema es que no se complementan sumando virtudes sino que reunen sus cargas negativas. Uno lleva la carga del paro, más acrecentada cuanto mas se ha anunciado su reducción. Otro lleva las plumas de todos los faisanes de una trayectoria de interiorismo más subterráneo que arquitectónico. Los dos renquean y antes se perjudican que se favorecen recíprocamente. Si la diarquía es, por naturaleza, una fórmula inestable, esta diarquía es, además, por su composición química, de las que tanto sabe Rubalcaba, una fórmula envenenada.
Rubalcaba ha dicho, estos días, que la salida de la crisis de la izquierda no es igual que la de la derecha. Pero la salida inspirada por
Merkel y
Sarkozy, no parece que sea la de la izquierda, aunque sea la aceptada por la diarquía. La salida que no parece igual para el futuro del socialismo es salir con Zapatero o con Rubalcaba. Cuando menos, las encuestas –nada favorables ni juntos ni separados- hablan de cuatro puntos de ventaja a Rubalcaba sobre Zapatero. Ese es el germen destructivo de la actual diarquía, que no son complementarios sino contrapuestos.