Les aviso que éste podría ser un artículo demagogo. Pero es que la demagogia sólo funciona cuando la cruda realidad te hace ver las cosas y cuando, mientras casi cinco millones de españoles están en el paro, observamos con total pasividad a una clase política que, no sólo no une todos sus esfuerzos para paliar la crisis, sino que vegeta a espensas del erario público que pagamos todos los españoles, incluídos los parados. Ya no es que muchos estemos de acuerdo en que
Zapatero se vaya, y otros muchos tampoco confiemos en
Rajoy, es que la gran mayoría de los españoles, y así lo hemos expresado en una de las últimas encuestas del CIS, consideramos a los políticos, a todos los políticos, como uno de los principales problemas de este país.
Circula estos días por internet un documento que pide una democracia para los ciudadanos y nos exige que salgamos todos a la calle para acabar con la actual dictadura de los partidos. No creo que lo consiga porque este pueblo se ha acostumbrado a soportar carros y carretas sin decir ni pío. Si con cinco millones de parados (uno de ellos son andaluces) y acercándonos peligrosamente al récord histórico nadie es capaz de moverse, pongamos al menos en la red nuestras quejas y, si la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Economía y Hacienda,
Elena Salgado, decía hace poco que "es indecente que mientras la inflación es del -1%,y tengamos más de 4.000.000 de parados, haya gente que no esté de acuerdo en alargar la jubilación a los 70 años".
Digamos que lo indecente no es eso, lo verdaderamente indecente es que haya casi cinco millones de parados, el doble que la media de la Unión Europea: lo indecente es que el salario mínimo de un trabajador sea de 624 euros al mes y el de un diputado de 3.996, pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 euros al mes; lo indecente es que un profesor, un maestro, un catedrático de universidad o un cirujano de la sanidad pública, ganen menos que el alcalde o el concejal de festejos de un Ayuntamiento de tercera; lo indecente es que un ciudadano tenga que cotizar 38 años y medio para percibir una jubilación y a los diputados les baste sólo con siete, y que los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesiten jurar el cargo; indecente es que los diputados sean los únicos trabajadores de este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo del IRPF; indecente es el ingente dinero público destinado a sostener a los partidos y sindicatos, aprobado por los mismos políticos que viven de ello; indecente es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (ni cultural ni intelectual); indecente es el coste que representa para los ciudadanos sus comidas, coches oficiales, chóferes, viajes (siempre en primera clase) y tarjetas de crédito; indecente es no que no se congelen el sueldo sus señorías, sino que no se lo bajen; indecente es que sus señorías tengan seis meses de vacaciones al año; indecente es que ministros, secretarios de Estado y altos cargos de las diversas administraciones públicas, cuando cesan, son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del erario público. Estas son algunas de las verdaderas indecencias del actual estado de derecho.
Como ya les avisé, todo esto, dicen, es pura demagogia, estos gastos; añaden, son "el chocolate del loro". Pero, afirmo yo, hay demasiados loros comiendo chocolate todo el día y va siendo hora de que se les recorte algo las dieta para que todos los españoles podamos, como dice nuestra Constitución, tener los mismos derechos y deberes, saborear al menos unas migajas del dulce. Mientras unos gocen de unos privilegios que les pagamos el resto, ésto no será una verdadera democracia. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la demagogia como •"la dominación tiránica de la plebe con la aquiescencia de ésta", y en su segunda acepción, como "el halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política". Bien, yo no tengo ninguna ambición política, sólo quiero que todos seamos iguales ante la ley. Y si esto es demagogia, llámenme demagogo. Lo asumiré si al final consigo igualar algo el rasero. Bienvenido sea el insulto.