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MODAS INFAMESEl macho ibérico, sin brújula

lunes 24 de enero de 2011, 12:49h
Hace algún tiempo  que he  pasado la frontera del medio siglo y, por tanto, soy ya  acreedor de un sinfín de experiencias  que pueden ilustrar  la revolución  que el hombre  y la mujer occidentales han vivido, sobre todo a partir  de  la segunda mitad del siglo XX. Como muestra, solo  un botón: a principios  de los años  80 del siglo pasado, cuando iba al  supermercado, las mujeres  solían  dejarme  comprar sin  tener  que aguardar el turno, por mucho que les  insistiese en  lo contrario. Entonces no éramos más del 10 por ciento los hombres que acudíamos  con regularidad  a  hacer la compra, mientras que  hoy  creo que ya puede hablarse de mitad y mitad entre uno y otro sexo.

Pero  una evolución  -más bien, revolución- tan rápida   desde el punto de vista histórico, ha  tenido que dejar necesariamente  secuelas personales y sociales   EN NUESTRO PAÍS  entre uno y otro género. ¿Qué son, si no, la proliferación  de  familias monoparentales; o  la crisis  de autoridad  que  hoy vivimos en familias y  escuelas; o   el aumento exponencial  en  diarios e Internet  de anuncios de contactos y   de clubes  de prostitución en nuestras carreteras?   Estas  son sólo  algunas de las muchas  pruebas que  hoy tenemos de una cierta  inmadurez   afectiva y emocional  del hombre,  que aún no ha encontrado  su lugar  en este nuevo “orden”  social  que ha impuesto el   cada vez más  claro, legítimo   e imparable  papel de la mujer  en la sociedad del siglo  XXI.


Menguantes

No es una  percepción personal, ni mucho menos, sino, más bien, una   corriente de opinión   muy generalizada  entre  muchos hombres, aunque no sé  muy bien, si, asimismo,   aceptada. Javier Urra lo ha expresado muy bien   solo con  el título  de uno de sus últimos libros, “Mujer creciente, hombre menguante” (Ed. La Esfera de los Libros, 2007).

Por ceñirnos a uno solo de los   aspectos que  hoy nos toca vivir a los hombres, el de padres, me parece muy  atinada  una división simple, pero  la mar de  ilustrativa que Urra hace  en el citado trabajo de psicología social:  habla de   dos tipos de  Padres, los   “missing”, aquellos   que están siempre ocupados    en  solucionar problemas  inaplazables  de su empresa, y  los “light”, padres  incapacitados para   imponer y hacer cumplir normas, límites, tan  importantes  en la educación de los hijos como  los propios principios enunciados.

Tampoco  descubro Roma  si afirmo  que   la presión social  y, en especial la de los medios audiovisuales SOBRE NUESTROS  PEQUEÑOS, es   cada vez más importante  en  nuestros días. Pero eso es una cosa y hacer recaer  toda la culpa  -como  oigo decir  a muchos  padres- en  factores externos  a la   educación  en el seno de la propia familia, es otra muy distinta.  La última es una forma como otra cualquiera de  echar balones fuera del campo, de  excluir la responsabilidad  personal del padre y de la madre en la   educación de sus hijos. En ésta y otras actitudes  puede  descubrirse  una  inmadurez, una desorientación y un miedo generalizados  aún más entre los hombres que entre las mujeres    por no afrontar  la realidad  de una  dificultad  tan  cierta en la educación de los hijos  como superable   si-claro está-  no se opta por  la  dejación de funciones.
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