lunes 20 de diciembre de 2010, 21:21h
Al final de este 2010, nos han acabado de hundir en la miseria. Los españoles no sabemos para donde mirar. Nuestra autoestima está por los suelos. Si en algo nos refugiábamos y sacábamos pecho todos en nuestras conversaciones de café y reuniones sociales, era en el deporte. Nos sentíamos apoyados en esos jóvenes que en las competiciones nacionales e internacionales, levantaban con orgullo y con esfuerzo nuestra bandera en pódium de todas las clases y llevaban a las portadas de los periódicos del mundo nuestro buen hacer.
Lo que nos ha sucedido con la trama destapada con la operación Galgo, es una puñalada en nuestra escasa confianza, ya tocada con nuestro vencedor en el Tour.
¿Qué está pasando? ¿Qué dopaje infecta nuestro país que fue ejemplo hace años en la transición, con la ilusión compartida por todos los españoles en la democracia y en un país nuevo y envidiable, que ahora se ha tornado en un desencanto generalizado? ¿Cómo es posible que no se negocie y que echemos mano de un estado de alerta para el funcionamiento del tráfico aéreo? ¿Para esto sí que se apela a la Constitución?
Podemos pensar que las sucesivas generaciones de políticos han ido degenerando y desdibujando nuestra Constitución, desgarrándola según sus intereses, con un nulo sentido de estado, creyéndose que las leyes que elabora el parlamento, pueden menoscabar la ley fundamental refrendada por todos los españoles.
Se burla la carta magna con la elección interesada de los magistrados del alto tribunal, se les sustituye fuera de plazo por la incapacidad de acuerdo entre los partidos mayoritarios, y se presiona, más allá de los límites políticamente válidos, como si la política fuese una actividad no sujeta a la ley.
Nuestra particular crisis, tiene sus orígenes, en una relajación de los hábitos genuinamente democráticos, en una exacerbada y abusiva actividad autonómica, y en las últimas legislaturas, en un carácter muy especial, por no decir más, de un presidente del gobierno que sedujo al PSOE con el pacto entre corrientes internas, y tras el desgraciado 11-M y su victoria en las urnas, potenció los nacionalismos, marginó a la oposición y despreció el consenso.
La sentada de ZP ante el paso de la bandera de los EE.UU., el coqueteo con Cuba, Venezuela y Bolivia, propias de un país no europeo, perjudicaron nuestra imagen externa. Su negación de la crisis económica nos hizo perder el tren de la recuperación. Y ahora somos para el mundo, un país con potencial, pero mal liderado, y así lo estamos pasando.
Pero, si algo suma negativamente tanto como nuestra falta de liderazgo sensato, son nuestras 17 autonomías, voraces de poder y desmadradas, que suman ya 108.000 millones de endeudamiento y un déficit de más de 21.000 millones , y a las que hay que decir ¡ya basta!.Empezando por que eliminen, de una vez, sus empresas públicas ineficaces e innecesarias. Ellas, debieron empezar a apretarse el cinturón sin esperar las órdenes de Europa, y no lo han hecho, al igual que los Ayuntamientos, verdaderos manirrotos acostumbrados a las épocas de vacas gordas de licencias de obras y ventas de suelo.
La crisis made in Spain, en fin, sólo remitirá con una vuelta a los orígenes constitucionales. Es decir con un gobierno de España fuerte, presidido por un líder generoso en consenso, presidente de todos, sin despreciar a nadie, rodeado de competentes ministros, y unas autonomías integradas en la política del Estado, que eliminen sus falsos afanes de grandeza, que no necesitamos. Sólo así volveremos a brillar con luz propia en Europa, y por tanto, en el mundo.