En el pleno del Congreso de los Diputados celebrado ayer, y en el que se aprobó la prórroga del estado de alarma hasta el 15 de enero, se registró una bronca entre el presidente José Bono, una decena de parlamentarios que se encontraban fuera del hemiciclo a la hora de la votación, y algunos de los que no habían abandonado sus escaños. Al parecer, el sonido de los timbres que convocan a la votación se había escuchado durante poco tiempo, lo que hizo que algunos diputados, que estaban en el pasillo o en la cafetería, intentasen entrar en la sala cundo ya estaba la puerta cerrada. Y los diputados “tardones”, en su intento por llegar a su sillón, hasta aporrearon la puerta de acceso, mientras el presidente de la cámara pedía silencio, suplicaba respeto, y se mantenía en su decisión apelando a lo que dicta el reglamento para estas situaciones. Y si ayer fueron diputados del PP los que se quedaron fuera, en otras ocasiones (1 de octubre de 2009, por ejemplo) fueron socialistas los que llegaron tarde, con su portavoz, José Antonio Alonso, a la cabeza.
Seguro que usted, amigo o amiga, conoce a algún diputado o senador de su provincia que se pasa unos días a la semana en Madrid y que, de regreso a su ciudad, dice que viene agotado de tanto trabajar, de tantos discursos, reuniones, sesiones, comisiones, votaciones, debates, etcétera… Puede que sea cierto en algún caso, pero en la mayoría de ellos es mentira. Los diputados y los senadores no están estresados. Los diputados y los senadores cobran más, mucho más, y trabajan menos, mucho menos que la inmensa mayoría de los españoles. Y además, se permiten el lujo de “pirar” la clase o de “hacer novillos” en las sesiones parlamentarias; incluso en las que se debate algo tan importante y candente como el estado de alarma prorrogado ayer. La inmensa mayoría de los parlamentarios no hablan, no intervienen, no participan salvo pulsando el timbre que les indican y en el sentido en que deciden sus jefes imponiendo la disciplina partidista. Son lo que Luis Carandell llamaba “culiparlantes”.
Ya nos hemos acostumbrado a la escena del hemiciclo vacío, mientras un diputado larga desde la tribuna su rollo, su monólogo precocinado, su letanía para cubrir el expediente. ¿Qué pasaría si el obispo no acudiese a la misa de Jueves Santo, o si el cirujano se fuese a tomar café cuando tiene al paciente en el quirófano, o si el alcalde se fuese de excursión el día en que, en el pleno municipal, se debaten los presupuestos para el concejo? Son situaciones que no podemos imaginar, pero que en el Congreso y en el Senado suceden a diario. Ocurren tal como ayer mismo, pero a sus señorías nadie les abre un expediente ni les rebaja el sueldo ni les amenaza con un despido. Insistimos: algo huele a podrido en Dinamarca cuando los obispos no van a misa.