Es difícil saber por qué cierto progresismo está empeñado en llamar muerte digna a la que consideran una muerte dulce, como si el sufrimiento humano, tantas veces inevitable, significase indignidad. Desgraciadamente las circunstancias de la muerte no se eligen, salvo que esta se acelere por voluntad suicida o por intervención ajena de esos asesinos en serie, de los que leímos estos días el ejemplo macabro de un celador de geriátrico, que alegan matar por compasión cuando, generalmente, actúan por rapiña o por comodidad laboral antes que por ahorrar supuestas “indignidades” al prójimo. Hay ideólogos más sofisticados que dicen actuar “por ética y por estética” cuando abusan sistemáticamente de sus competencias facultativas. Lo de la estética es el no va más de los quitapenas ilustrados.
Hay, en otro campo, situaciones institucionales decrépitas en las que las agonías políticas merecerían acortarse “por ética y por estética”, cual es el caso de los gobiernos que han perdido su crédito ante los electores y ante la opinión internacional y se empecinan en prolongar su ciclo sabiendo que no pueden hacer nada positivo si no es a partir de una regeneración de mandato. Situaciones en que se siente la conveniencia de un recambio que propicie expectativas más vigorosas gracias a un resultado electoral o a una renovación de la confianza.
Por ética y por estética resulta inadmisible que un gobernante agotado recurra a todos los artificios posibles para resistir en su puesto, contradiciéndose a sí mismo, a su programa y a su ideología. Haciendo mañana lo contrario de lo que predicó ayer, aplicándose un tratamiento alimenticio devorador de las reservas vitales de su pueblo y recibiendo respiración asistida de los pulmones de sucesivos y sacrificados colaboradores. Este final convulso y sin horizonte lo está sufriendo España como paciente con el despiadado encarnizamiento consentido por el Partido Socialista sobre el cuerpo de un presidente entubado. El final democráticamente incruento de una gestión de gobierno no entra, por lo que se ve, en la mentalidad de aquellos en que, según anuncian, les obsesiona prioritariamente la muerte que llaman digna de los desahuciados más que la vida digna de los españoles en activo.