Las elecciones catalanas, de la democracia incipiente
lunes 29 de noviembre de 2010, 19:36h
Laurence Rees, en “Los verdugos y las víctimas”, afirma que “el siglo XX fue el siglo de los estados inmorales”. Añadía que “vivir en Alemania, en Japón o en la Unión Soviética en una época sin democracia era vivir en una sociedad cuyas instituciones básicas estaban corrompidas”. Los aliados occidentales lucharon en la guerra más cruenta de todos los tiempos para desbancar a toda una serie de dictaduras que estaban haciendo estragos entre la población, actuando en buena medida sin causas verdaderamente comprensibles. Murieron en torno a 20 millones de personas, sin olvidar que muchas de ellas lo hicieron porque trataban de obtener un mundo mejor.
¿Se consiguió?
Es opinable -como todavía hay quien sugiere- que vivamos en un mundo mucho más habitable cuando el 20 por ciento de la población mundial acumula un 86 por ciento de la renta total mundial mientras que el 40 por ciento de ésta no se beneficia más que de un 3’3 por ciento del Producto Mundial Bruto o cuando una buena parte de él está dominado por la mafia rusa, la Cosa Nostra, los cárteles colombianos, las tríadas chinas, la mafia Yajuza japonesa, la mafia mexicana, la mafia israelí, la mafia serbia, la mafia albanesa o la Jamaica-Yardies británica, sin olvidar a quienes detentan el poder económico y el poder político que, como acertadamente afirmó Elia Kazan de estos últimos, “los que mejor dirigen el mundo son los hombres que no tienen demasiados principios”. Cuando todavía no era posible sospechar que pudieran existir especuladores que fueran capaces de acosar mercados y tumbar la economía de todo un país, en “Los asesinos”, Elia Kazan advertía que quienes manipulaban las leyes las transformaban en un instrumento para mantener los privilegios porque, en su opinión, resultaba evidente que “la justicia es el orden que los armados imponen a los desarmados”. Tenía claro que se necesitaba a un asesino para matar a otro asesino y que los mandos tenían sus privilegios.
En España, en la que hacemos gala de nuestro sistema democrático, la democracia es una práctica que, después de 35 años de vigencia, todavía no está del todo asentada. La cultura democrática no ha calado en la mente de los españoles y los de arriba se imponen a los de abajo y los de abajo, como han sido despojados de cuantos medios les permiten comprender el mundo, delegan sin tener conciencia de lo que están haciendo en los de arriba, mientras permanecen absortos en la firme convicción de que ejercen con responsabilidad la parte de la soberanía que los corresponde.
Somos incapaces de comprender de qué se trata el asunto por cuanto todavía somos en exceso sectarios. Por ello, sorprendentemente, la lección que, tomando como ejemplo se puede entresacar de las elecciones catalanas es, en primer lugar, la victoria de CiU, un partido político que después de 20 años gobernando fue desplazado en la legislatura anterior por los electores debido a los innumerables casos de corrupción, la mayoría de los cuales todavía no han sido resueltos en los tribunales; la debacle del PSC por la inoperancia de José Montilla, pero sobre todo por la manifiesta incompetencia de José Luis Rodríguez Zapatero, su valedor, al frente el gobierno de la nación, y la aparición de Solidaritat Catalana per la Independència, un partido liderado por Joan Laporta, un personaje que irrumpió mediáticamente tras alcanzar la presidencia del Fútbol Club Barcelona y cuya gestión ha sido fuertemente cuestionada, y que para arañar votos ha utilizado los zafios servicios de una actriz porno.
Lo sucedido en esta campaña, que no es nada exclusivo de Cataluña, porque lo mismo sucederá en el País Valenciano o en Andalucía, por no extendernos con nuevos ejemplos, recuerda a la lección que Herr Matz, citada en la misma obra de Elia Kazan, había aprendido de la historia: “los vencidos sobreviven yéndose a la cama con los vencedores”.
Hay que admitir que el problema de muchos de los que todavía creen que es posible implantar lo que resta de un sistema democrático en nuestro país adolece de cierta ingenuidad. “Tu problema, muchacho, es que aún crees que, si eres un buen chico, serás recompensado. Cuando eres un buen chico te comen”. Cierto. La pregunta que viene a continuación es la siguiente: “¿Pero van a dejar que se salga con la suya?”. Y la respuesta a esta pregunta: “¡Seguro que sí! ¿Alguna vez ha sido de otra manera? ”.
Efectivamente, porque quienes quisieron ir a aquella guerra advirtieron que, al volver, una vez que todo hubo terminado, las cosas continuaron transcurriendo de igual modo. Nada, o poco, había cambiado. “Los asesinos”, en la novela de Elia Kazan, no eran exactamente los que mataban, sino los que por su pasividad permitían que hubiera quienes actuasen contra los demás administrando cualquier tipo de violencia.
Viendo que las cosas son de este modo, que nadie aprende, o quiere aprender, que nada cambia, a partir de ahora, habrá que pensar que eludiendo las responsabilidades es posible armonizar lo que debiera ser con los intereses particulares (y salvajes) de cada uno. Como en “Casablanca”, habrá que adoptar las actitudes de Rick Blaine, cuyo conflicto se centraba entre el amor y la virtud, y Louis Renault, un tipo de conducta amoral, cuando al final de la película el primero le decía al segundo: “Louis, pienso que éste es el comienzo de una bella amistad”.
Cuando todo gira entre la necesidad y el deseo, como proclama Elia Kazan, “¡Vive con injusticia!”.
Ubaldo de Casanova Todolí. Periodista.