Escritos en libertad: Y la mafia habita entre nosotros
martes 16 de noviembre de 2010, 21:48h
Esto no es Sicilia, pero lo parece. Está ocurriendo en Ponferrada. Un testigo protegido declara oculto tras un biombo y de sus palabras se deduce la existencia de una trama delictiva en torno a intereses empresariales de la zona. Este testigo, presunto delincuente confeso, ha vivido oculto en algún lugar del mundo a cuerpo de rey, con sueldo del Estado. Se temía por su vida. En el primer día del juicio vinculó al empresario Martínez Núñez con los siete sabotajes que entre 1996 y 1999 se perpetraron contra bienes del industrial maragato Sindo Castro, atentados entre los que se incluye el intento de incendiar la casa de este último mientras la familia dormía.
Han transcurrido catorce años desde el primer atentado y diez años desde que se publicó la primera información sobre esta trama de tintes mafiosos. Diez años de trámites judiciales que no han sido suficientes, hasta ahora, para sentar a los cinco acusados en el banquillo, porque uno de ellos, el empresario Martínez Núñez, ha alegado reiteradamente motivos de salud. Quien firma esta columna, por el contrario, se ha sentado más de una vez en el banquillo ante el juez, acusado de injurias y calumnias en su calidad, entonces, de director del Diario de León, el periódico que publicó las primeras informaciones relacionadas con lo que dio en llamarse la trama del hormigón.
En León, todo hay que decirlo, estas informaciones apenas tuvieron eco en otros medios. En uno porque su propietario era el propio acusado. En otros tal vez porque el poder económico del principal acusado era enorme y era más cómodo mirar para otro lado. De hecho, en estos dos días de juicio todavía hay medios que prefieren mirar para otro lado. No es un reproche, simplemente así eran y son las cosas. Como tampoco deja de ser curioso que la celebración del juicio se produzca después de la quiebra de las empresas del principal acusado.
En todo caso, Martínez Núñez ha logrado uno de sus objetivos. No quería ser fotografiado sentado en el banquillo y flanqueado por cuatro presuntos culpables más, alguno con delitos de sangre en su historial. Por tres veces se ha retrasado la vista alegando motivos de salud. Finalmente el juicio se ha celebrado sin el principal acusado, que se encuentra al parecer hospitalizado en Tenerife por una dolencia cardiaca.
Es frecuente la tentación de matar al mensajero y no al protagonista de la noticia. Con esta premisa trabajamos los periodistas y tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Pero no deja de ser tampoco curioso que después de los continuos aplazamientos, ahora la defensa del acusado pida que se archive el asunto por haber prescritos los hechos que se juzgan.
El primer delito que se juzga se remonta a la primavera del año 1996, cuando se registra un sabotaje contra una planta de hormigón en Venta de Albares, propiedad de Sindo Castro. Los saboteadores pretendían volar la tolva de dosificación de áridos. El 3 de noviembre de ese mismo año ocho camiones sufren diversos daños. El hecho ocurrió a las seis de la madrugada, pocos minutos después de que una patrulla de la Guardia Civil pasara por la zona. Un nuevo atentado ocurrió en enero de 1997 y a raíz de aquellos hechos el juzgado número dos de Ponferrada llama a declarar a varias personas. No fue posible implicar a nadie. Continuaron los atentados y a raíz de un intento de incendio de la vivienda de la víctima, cuando dormían el matrimonio y cuatro hijos, Sindo Castro pidió protección policial. La Guardia Civil de la zona tenía dificultades para encontrar pistas, así que tomó cartas en el asunto la Unidad Central de la Policía Judicial de Madrid. Ante el juez, Sindo Castro, en su calidad de víctima y acusador, quiso explicar la causa de este comportamiento criminal: “Había una tarta muy grande con la autovía (la A-6) y un señor llamado Martínez Núñez quería comérsela solo. Al final lo consiguió”.
Hasta que no se produjo la confluencia de un hecho fundamental, la investigación no parecía avanzar mucho. Las reveladores conversaciones telefónicas pinchadas no parecían material inculpatorio suficiente. Leer la transcripción de estas conversaciones te deja atónito. Y como en las mejores novelas del submundo mafioso, también aquí hay que dar la razón a los franceses. “Chercher la femme”. Buscar la mujer.
Fue un hecho fortuito el que puso a los investigadores sobre la pista. Rafael Pérez Alvarez, de 37 años, apareció ahorcado en el domicilio de su esposa, Rosario Castellanos, el 13 de julio de 1999. Pero antes de su muerte tuvo la precaución de escribir una carta en la que relacionaba los sabotajes contra Sindo Castro con Martínez Núñez y con otros dos hechos también relevantes: Un sabotaje contra las oficinas de la empresa Begar en Valladolid, propiedad de José Luis Ulibarri, exempleado de Martínez y competidor avezado, y el encargo de asesinar al entonces consejero de Fomento de Galicia, José Cuiña. Al parecer, Cuiña era remiso a conceder obras en las condiciones que le exigían. Estos dos asuntos no prosiguieron su andadura judicial ante el escaso interés de las víctimas. Sindo Castro ha manifestado que Martínez Núñez intentó pagarle para que retirara las demandas, pero el empresario maragato siempre ha dicho que no hay dinero que pueda pagar su sufrimiento, sus noches de insomnio, sobre todo cuando temía por la vida de sus hijos.
Rosario Castellanos reclamó a una agencia de detectives de los hermanos Pintado que le reconocieran la vinculación laboral de su marido muerto para poder cobrar la correspondiente pensión. Los detectives, también encausados ahora como supuestos brazos ejecutores o intermediarios en los sabotajes, no accedieron a esta petición. Y llegó la venganza. Rosario Castellanos, a través del abogado que de forma estéril velaba por sus intereses, hizo llegar la carta a tres medios de comunicación y a la Guardia Civil.
Fue necesario tirar del hilo de aquella carta. Ha pasado una década desde entonces y ha llegado el momento de esclarecer la verdad. El delito existe, porque ahí están los camiones y las plantas de hormigón dinamitados. Los culpables pueden ser los que se sientan en el banquillo y un ausente, o no. Lo dirá el juez. Lo que sí quedó claro es que el mensajero que lo contó no había quemado nada ni había cometido delito alguno. Catorce años para conocer la verdad…
Fernando Aller. Periodista.