"Esta no es hora de celebrar", dijo el futuro presidente republicano de la Cámara de Representantes John Boehner y el presidente Obama advirtió a los periodistas que la nueva situación "no será fácil".
Los debates políticos de los próximos meses y años demostrarán cuánta razón tenían ambos: los demócratas sin duda perdieron en las elecciones parciales y las mayorías de que disfrutaban en los gobiernos estatales y la Cámara, pero este ha sido un voto de castigo y no una señal de entusiasmo prorepublicano.
Los ganadores son tan solo beneficiarios del descontento general y no tienen mandato popular ni misión clara… aparte de prepararse para las elecciones presidenciales del 2012. Los candidatos se llenaron la boca diciendo que la victoria era del pueblo norteamericano, pero cuesta saber en qué consiste tal victoria. Lo que reflejaron las urnas fue simplemente la irritación general de un electorado que tan solo tiene claro lo que no le gusta, que es la prolongada crisis económica y lo que perciben como "arrogancia de Washington".
Tanto los resultados electorales como las encuestas a pie de urna hacen casi imposible saber lo que desea la población: demócratas y republicanos han votado en más del 90% por los candidatos de su partido y la elección la han decidido una masa creciente de "independientes" pero, contrariamente a lo que se podría esperar, los candidatos centristas han sido los más castigados.
La polarización que esto ha de provocar en los escaños no augura una etapa de compromisos ni permitirá la cooperación por encima de las líneas de partido que los electores dicen favorecer. Lo cierto es que las posibilidades son muy menguadas, a la vista de las demandas populares: los ganadores republicanos han esgrimido el lema de la austeridad y el ahorro, pero está por ver si lo podrán o querrán poner en práctica, cuando quede claro cuánto habrá que apretar el cinturón.
Tomemos como ejemplo la reforma sanitaria, un grito de guerra de los republicanos y especialmente del "Partido del Te" que por ahora milita en sus filas: las promesas de echar atrás la reforma no serán fáciles de aplicar cuando el electorado comprenda que perderá el seguro de sus hijos universitarios, la protección ante enfermedades largas y la garantía de asistencia por enfermedades preexistentes.
Con los límites presupuestarios impuestos por el sistema de partidas intocables, el ahorro tan solo puede hacerse en gastos discrecionales como la educación, el seguro de paro o servicios públicos, lo que obligaría a una austeridad dura y a la que este país no está acostumbrado. Los demócratas, que todavía tienen la Casa Blanca y una mayoría menguada en el Senado, aún tienen armas para defender sus posiciones de mayor gasto público para estimular la economía, pero el rechazo general del país ante el déficit les bloqueará el camino.
El propio Banco Central lo ha reconocido al anunciar la última política monetaria que equivale a imprimir dinero: substituye así los estímulos coyunturales que el Congreso, ante la disputa insoluble entre las medidas de reactivación fiscal republicanas o las inyecciones de dinero demócratas, no puede aplicar y aplica una fórmula para que el déficit no aparezca en los presupuestos sino en la cotización del dólar.
Entre tanto, los nuevos legisladores prometen lo mismo que sus predecesores hicieron en su día, que no se dejarán seducir por Washington y se mantendrán fieles las bases que los han elegido. Algunos incluso señalan que todos prometen lo mismo y nunca lo cumplen, pero no se preguntan si es posible gobernar un país de dimensiones continentales y responsabilidades mundiales con los criterios del agricultor de Kentucky o el ganadero de Texas.