Una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia de los últimos siglos se produjo a principios de 2010, el 12 de enero, en el país más pobre de América Latina, Haití. Los efectos devastadores del terremoto que tuvo lugar allí fueron apocalípticos: casi 300.000 muertos, una cifra similar de heridos y más de un millón de personas desplazadas y sin hogar.
En Puerto Príncipe, la capital, centenares de miles de haitianos se hacinan hoy -casi un año después de la catástrofe- en las mismas instalaciones precarias que, tras el seísmo, se improvisaron con la ayuda internacional, el esfuerzo de las autoridades locales, la impagable ayuda de centenares de ONG europeas y norteamericanas que ya venían trabajando sobre el terreno y, por último, con las generosas aportaciones de miles y miles de ciudadanos anónimos de todo el mundo conmovidos por la situación. De todo eso, hoy solo quedan escombros, montañas de basura, aguas encharcadas y plásticos sostenidos por unos cuantos palos.
En esas condiciones, no es extraño que, a finales de octubre, el cólera -erradicado en Haití hace más de cien años-, volviera a aparecer en el norte del país a causa de la mala calidad del agua potable. La Oficina de Coordinación de asuntos humanitarios de la ONU advertía desde el primer momento de la posibilidad real de un brote nacional con decenas de miles de casos.
Euforia
Tras aquella euforia solidaria inicial, hoy casi no llega nada. La pregunta es ¿por qué? Un colega, Fran Sevilla, corresponsal de RTVE en América Latina, ha dado en la clave desde su atalaya de viajero de primera línea y la ha plasmado en su blog (http://blogs.rtve.es/fransevilla/posts): “… Es porque vivimos en un mundo en el que solo sabemos poner parches respondiendo a golpes mediáticos, solo se atiende a las coyunturas, siempre pasajeras, y no se hace hincapié en las estructuras. Y en el mundo de las estructuras, en el mundo de las geoestratégicas, Haití apenas cuenta”.
Es cierto, se denuncia en todo tiempo y en todas las latitudes, pero los todopoderosos (estados del G8 y del G20, y empresas multinacionales) permanecen hieráticos, ausentes, ajenos y olvidadizos, mirando para otro lado, porque lo que prima en este tiempo funesto es lo mismo que en los pasados: no el ser humano, sino el beneficio, la ventaja geoestratégica, el poder político... El hombre de hoy, tan moderno, tan tecnológico y culto, tan generoso, tan progresista y avanzado, en el fondo, no se diferencia nada, o casi nada, de su predecesor del Neandertal. Y es que seguir sin combatir en serio el hambre y la miseria, desgraciadamente, seguirán siendo modas infames también a lo largo del siglo XXI.