En los últimos años de la vida política española dos términos que, en principio, no tienen nada que ver, se han visto unidos, sin embargo, con demasiada frecuencia e intensidad en los medios. Me refiero a las ideas de “corrupción” y “política”.
En sentido estricto, al hablar de una y otra cosa, no puede hablarse de sinónimos porque sólo se llama así a aquellos vocablos y expresiones que tienen la misma o muy parecida significación. Esposos y cónyuges, por ejemplo, son términos sinónimos, pero ¿de verdad que hoy no puede decirse otro tanto de “corrupción” y “política”? No sé si encontraremos la respuesta correcta pero, al menos, intentaremos aportar algunos elementos para encontrarla
Opacidad y transparencia
Se nos puede argumentar, antes incluso de comenzar el razonamiento, que no podemos caer en los estereotipos de nombrar al todo por la parte, que los casos de corrupción no están generalizados y que no es justo extender la calificación al conjunto de los partidos políticos españoles… Posiblemente el razonamiento sea cierto, pero también lo es que cada vez más, esos casos se van extendiendo por todo el tejido de los partidos políticos y que este es un hecho mutuamente admitido de puertas para adentro, aunque unos y otros bien se cuidan de avivar la llama cuando un incendio de esta índole sale a la luz pública en las filas del partido rival.
El concepto de corrupción está inevitablemente unido a los de silencio, secreto y oscuridad en aquellas actuaciones de los partidos que rozan la ilegalidad y que, además y como es lógico, están muy mal vistas por la opinión pública. Precisamente por esa razón, hoy estos mismos partidos políticos se esfuerzan en proclamar la transparencia de sus actuaciones: luz y taquígrafos. Ese es el concepto clave en los mensajes a transmitir a la opinión pública de sus organizaciones. Un concepto que vociferan ufanos cuando es a los rivales a quienes sacude el nuevo hecho de corrupción conocido, y que callan cuando le toda a su partido.
Ética y política
Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, como muy bien sabe el pueblo soberano. Primero se trataba de cobrar un pequeño porcentaje en la adjudicación de las contratas de basuras. Luego de recalificar los terrenos rústicos y, de la noche a la mañana, convertirlos en edificables. Ambas han sido, posiblemente, las dos formas más utilizadas para la financiación opaca de los partidos políticos en los últimos 30 años de democracia en España. Más tarde vinieron el amiguismo y las tramas organizadas de corrupción, la intervención de la Fiscalía General del Estado y, muchas veces, su utilización partidista para favorecer al partido en el poder.
Lo cierto es que, a día de hoy, las tramas corruptas afectan a buena parte del arco parlamentario español y que se han extendido por casi todo el territorio peninsular: Baleares, País Vasco, Cataluña, Valencia, Madrid, Galicia, Andalucía, Extremadura,…
La consecuencia directa de todo esto es inevitable: un creciente descrédito de la clase política ante la ciudadanía. Y, ante esta situación, es obvio que, o la clase política toma cartas en el asunto y corta este problema de raíz, o al final va a ser ella la más gravemente perjudicada porque puede llegar a producir una intoxicación generalizada del tejido social de la cual va a ser muy difícil salir.