Hablar de Esther Amo es hablar de moda, porque esta mujer lo domina todo. Hace unos complementos diferentes, con metales, porque para eso estudió Orfebrería y Metalistería en Córdoba; investiga el por qué de las tendencias y busca y rebusca los orígenes de una disciplina que para ella es un arte.
Esther Amo pinta también unos abanicos con motivos taurinos, que suelen airear famosos que saben valorar lo bien hecho. Esta mujer, que se define como ama de casa, madre y esposa, ha sabido avanzar en su profesión con paso firme y seguro. Es una hormiguita que ha ido escalando la montaña poco a poco, porque, asegura, “el éxito no llega de golpe; el éxito hay que trabajárselo”.
Ha hecho y sigue haciendo complementos para Fernando Claro o Antonio García y ha trabajado con Victorio y Lucchino, Vicky Martín Berrocal y Agua de Sevilla. Sus piezas, grandes y espectaculares, se adaptan a la sociología de los nuevos tiempos. Nadie quiere pasar inadvertido, pero si llama la atención que sea por una buena causa, por un adorno que merezca la pena ser lucido. Sus collares, pulseras, pendientes o cinturones son de metal o de cristal soplado, a veces en una acertada mezcla entre lo naïf y lo tribal. Sus pecherines de metal recuerdan a los osados diseños de Paco Rabanne, el metalúrgico como lo llamaban sus coetáneos. Son piezas que requieren de tiempo y de habilidad y que se venden en Sevilla en las tiendas Doce y Hand, y en Madrid en el showroom de María Zurita.
Dice que la moda está en un mal momento porque los referentes escasean y la pasarela sólo es un espectáculo, tanto que la voz cantante la llevan las revistas especializadas, esas de donde la llaman para los estilismos. Amante de lo vintage, piezas de moda que el tiempo enaltece, siempre anda a la busca y captura de un patrón de Balenciaga o de su paisano Berhanyer. “Balenciaga creó escuela porque no sólo tenía técnica y sabía hacer de todo, sino porque tenía criterio. Me gustaría tener un vestido del maestro de Guetaria, pero por ahora me conformo con uno de cóctel de Mister Blackwell, el autor de la lista de las peores vestidas del mundo, recientemente fallecido, pero que en los años cincuenta destacó como diseñador. Es de línea trapecio en crudo y la parte de arriba en rosa claro. También tengo un top de Rabanne, cosas que me compro durante mis viajes o encargo a mis amigos, como un collar masai o ropa del Tíbet y que guardo celosamente para que un día las herede mi hija”.
Para Esther Amo la moda debería estar en los museos. “Hoy en día vestirse no es sólo una necesidad sino una forma de expresión y eso es arte. Las piezas que son excepcionales deberían estar expuestas, porque es una parte de la formación del individuo. Soy partidaria de que la gente joven que quiera dedicarse a la moda estudie oficios relacionados con ella, aunque aparentemente no tengan nada que ver. Es un error creer que se logra todo nada más empezar. A mí, por ejemplo, me gustaría aprender de una persona como Christian Lacroix. Muchos de los grandes deberían haber enseñado en su plenitud, porque ahora no tienen paciencia y piensan además que les van a hacer la competencias las nuevas hornadas de creadores”.