Los que le rodean y conocen, cuentan que el ministro de Fomento, José Blanco, está muy nervioso. Cualquier hecho, protesta o crítica le encrespa y se pone como un basilisco. Además, se ha vuelto prepotente y no da su brazo a torcer.
Ayer volvió a Valladolid, y tanto el consejero Silván como el alcalde León de la Riva esperaban de él moderación y un comportamiento de hombre de Estado. No fue así. En cuanto tuvo ocasión el Pepiño de antes volvió a “manifestarse” y replicó a los representantes de la Junta de Castilla y León y del Ayuntamiento de Valladolid (allí presentes a petición del presidente Herrera) que “decir la verdad no puede molestar a nadie”, como tampoco puede sentar mal que “ahora se invierta más que antes en Valladolid”.
Y lo dice él. Hace unos días, Blanco, preso del nerviosismo que le atenaza, convirtió en Galicia una inauguración en una agria disputa. El acto acabó convirtiéndose en un intercambio de golpes dialécticos entre él y el conselleiro de Infraestructuras gallego. José Blanco en su tierra no admite reproches al Gobierno central sobre la situación de unas obras, sin embargo en Valladolid hace justamente lo contrario. Allí dice que no es el momento y el lugar para esas críticas y exige a la Xunta “lealtad y rigor”…
Lo dicho, los de su entorno dicen que la situación actual le pone histérico. Si Rodríguez Zapatero se va y él no es candidato a la Xunta, se va al paro. A José Blanco no se le conoce, fuera de la política, oficio alguno.