martes 05 de octubre de 2010, 18:27h
El jueves 30 de septiembre del 2010 quedará como una fecha nefasta en la historia mediática del país: fue el día del apagón mediático.
Primero, los estrategas del omnipoder decidieron manipular un reclamo específico de un grupo de ciudadanos uniformados.
Luego lo transformaron en un producto propagandístico eficaz que movilizó a los partidarios del Régimen y que llevó a cientos de medios y periodistas del mundo a difundir que, presuntamente, estaba ocurriendo el derrocamiento del Presidente ecuatoriano.
La táctica interna fue clara: crear un monstruoso fantasma conspirador, enmascararlo como “un intento de golpe de Estado” y victimizar a quienes no cumplieron, cuando debieron hacerlo, su deber democrático de escuchar las voces discrepantes.
Diseñado y propagado el miedo social estaban listas las condiciones para el ‘blackout’, apagón mediático que impidió a los ciudadanos informarse en los medios privados o públicos que ellos deseen hacerlo.
Claro que decretar un apagón mediático era antiético y arbitrario, así que había que disfrazarlo con ropaje legal y, para eso, nada mejor que la democrática Constitución redactada en Montecristi por quienes nos gobiernan.
Su artículo 165 establece que cuando se declare estado de excepción entra en vigencia la censura previa a los contenidos de los medios y se suspenden o limitan, entre otras libertades, la de asociación, la de tránsito o la de información.
Desde las 14:08 de la tarde del fatídico jueves 30 de septiembre, se ordenó que todos los medios radiales y televisivos se encadenaran (nunca más precisos este término) a un enlace “indefinido e ininterrumpido”.
Así, durante largas horas, el país estuvo sometido a un solo punto de vista, el del Régimen.
Por las pantallas de todos los canales (mejor dicho, por la única pantalla, la oficial) desfilaron ministros, asambleístas, funcionarios, analistas, presentadores, conductores, reporteros y reporteras con un solo discurso: “defender la democracia”.
Pero, ¿cuál democracia había que salir a defender?
¿Defender la que apoyaba una sublevación policial que atacara y retuviera al Presidente? Esa no, ¿verdad?
¿O defender aquella que impone las leyes desde Carondelet, que impide que en los medios la gente conozca todos los ángulos de la realidad, que deja en las calles policías, militares y estudiantes muertos? ¿Esa sí?
Que nadie de los mal llamados “medios públicos” y ninguno de los estrategas del apagón mediático venga a pedirnos defender una democracia oscurantista, amordazada, sin información diversa y plural.
Quienes silenciaron a los medios y quienes fueron herramientas del silenciamiento deberán rendir cuentas a la historia.