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Decepciona Solana

Decepciona Solana

lunes 04 de octubre de 2010, 08:21h

“Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la esperanza infinita”.
Martin Luther King, Jr. (1929-1968)

Reconozco encantado que Javier Solana ha sido el español que ha llegado más alto en el campo de la política internacional en todo el siglo XX y principios del XXI. Quiero pensar además que la inmensa mayoría de los españoles sintieron (como yo) un orgullo profundo cuando en 1995 fue elegido Secretario General de la Alianza Atlántica, así como cuando en 1999 fue designado Alto Representante de la UE para la Política Común de Seguridad y Defensa. Todo un hito para un político español, dado el paupérrimo registro internacional de nuestro país en la escena política internacional de la pasada centuria. Además, el tiempo que Solana estuvo al frente de la OTAN coincidió con desafíos históricos: como la adaptación de la Alianza a la realidad posterior a la Guerra Fría, la gestión de la posguerra en Bosnia, la guerra de Kosovo. Para cuando Solana llegó a la UE en 1999, ya se le reconocía un lugar en la Historia por su labor internacional durante la caótica segunda mitad de los 90.

Sus diez años de gestión europea al frente de la PESC comenzaron con igual dinamismo y justificadas expectativas, para acabar sin embargo un tanto desinflados y sin gloria, alargados en demasía, sin éxitos tangibles y desgastados bajo la irrefrenable falta de cooperación de los países miembros de una UE tan ampliada como inerme, hasta el punto de que en 2009 la propia noción de la PESC no era más que un triste eufemismo. La incapacidad crónica de los líderes europeos para coordinar la gestión de su acción exterior, negándose a sacrificar soberanía en pos del desarrollo conjunto común, hizo que la ingente labor desarrollada por Solana se quedase en una colección infinita de fotografías oficiales, al tiempo que su puesto era ignorado cada vez que una nueva crisis irrumpía en la agenda de los políticos europeos. Tanto así, que al final de toda una década al frente de la “política exterior de la UE”, Solana era ya una figura cansada y gastada, incapaz de ilusionar o movilizar a nadie en las 27 cancillerías europeas, muchas de las cuales pedían abiertamente su sustitución por savia nueva, sin saber qué significaba eso realmente, en un tiempo en que nadie había oído de la tal Catherine Ashton.

En 2009, Solana estaba ya claramente fuera de juego, atrapado en una etapa política radicalmente distinta y sin brillo. Los líderes (amigos y enemigos) de su época dorada (Clinton, Aznar, Schroeder, Demirel, Chirac, Chretien, Yeltsin, Sadam o Milosevic) habían desaparecido de escena hacía ya mucho, y la capacidad del propio Solana para conectar con gobernantes como Obama, Zapatero, Merkel, Erdogan, Sarkozy, Harper, Medvedev, Al Maliki o Tadic era ya escasa. Junto a ello, la falta de resultados concretos en la cada vez más etérea “política exterior común europea”, la acusada diferencia generacional mencionada, y la criticada arrogancia del madrileño, hicieron que los últimos años de Solana al frente de la PESC careciesen del dinamismo de aquella efervescente segunda mitad de los 90. La parca cuenta de resultados de una UE incapaz de articular una posición común coherente y sólida crisis tras crisis, junto a la cada vez más descoordinada política exterior de cada uno de los miembros de la UE, aumentaron la sensación de deriva del bloque europeo como actor internacional en estos últimos años bajo la pretendida batuta de Solana, ante la consolidación mundial de otros poderes como Rusia, China, Brasil o la propia Turquía.

Aun así, su época de gestión internacional al frente de la OTAN y la PESC tuvo verdaderos momentos de aura, basados en la superación de la inútil tendencia de los europeos de argumentarlo todo en clave ideológica; en el impulso para que la vieja Europa se moviese en busca de resultados; y en las ocasiones en que el espejismo de una Europa unida por una óptica de seguridad común llegaba a parecer incluso real por unos instantes. Criticado por muchos en Bruselas por ser “más americano que los americanos”, Solana supo además imprimir dinamismo a un sistema de relación institucional entre capitales europeas tradicionalmente lastrado por burocracias ineficientes y liderazgos pusilánimes.

Es por ello que pretender pensar en la figura de Solana entre 1995 y 2009 en base a una óptica de derechas o de izquierdas (como por desgracia aun se hace todo en España) supone no haber entendido nada de la película europea y mundial de los últimos quince años. Y es precisamente por ello que no se entiende en absoluto el episodio de la presentación en Madrid, la semana pasada, del libro de Solana “Reivindicación de la política. Veinte años de relaciones internacionales”, en un acto de clara orquestación partidista al servicio de un PSOE en sus horas más bajas, acompañado por Felipe González, varios ministros de Zapatero, y otras figuras del pasado y presente del PSOE, al tiempo que llamaba la atención la estruendosa ausencia del tándem Zapatero-Moratinos. Un acto utilizado para combinar las vivencias internacionales de Solana con las reflexiones sobre la deriva de la izquierda política europea, dando cancha a figuras desgastadas como Felipe González para seguir atacando al PP y a José María Aznar por la caduca cuestión de la supuesta participación española en la guerra de Irak en 2003, interesadamente presentada como la hora más baja de la democracia española desde 1978.

Decepciona realmente que Javier Solana se aprestase a empobrecer su propio legado internacional permitiendo que alguien como Felipe González usase la presentación de su libro para incidir en la inaceptable estrategia zapateríl basada en la falsedad y la desinformación que el PSOE impuso en España desde 2004 como única manera de desgastar al PP. Una estrategia inaceptable por falsa, porque si de algo se podía acusar a José María Aznar (en relación con el tema de Irak) era de haber asistido a la Cumbre de las Azores, de haber apoyado la impopular agenda de George Bush, y de haber explicado pobremente a la opinión pública española cuál era la labor de las tropas españolas desplegadas en territorio iraquí tras el fin de las operaciones militares lideradas por EE.UU. en la invasión de Irak de 2003. Fuera de eso, lo que los líderes del PSOE llevan siete años contándole a la opinión pública española es una gran mentira: una manipulación brutal de la realidad que no se corresponde con la encomiable labor desempeñada por nuestros soldados en Irak en 2003 y 2004. Labor de la que personalmente me siento muy orgulloso, por haber estado al servicio de la muy necesitada población civil iraquí en los albores de la era post-Sadam.

Desde 2003, los líderes del PSOE mintieron y acusaron al gobierno Aznar de participar en la guerra de Irak, buscando confundir a una opinión pública española que por desgracia se ha prestado desde 2004 al engaño. Creo pues que es necesario destacar el dato histórico, empírico y contrastable de que solo CUATRO (4) países, al margen de los EE.UU., participaron directamente con tropas de combate en la invasión de Irak en 2003: Reino Unido, Dinamarca, Polonia y Australia. Lo podemos repetir por si a alguien le queda alguna duda: Londres, Copenhague, Varsovia y Canberra. Ya ven: en el listado no está España, porque nuestras tropas no combatieron en la invasión anti-Sadam de 2003.  

Los gobiernos de Tony Blair, Anders Fogh Rasmussen, Aleksander Kwasniewski y John Howard fueron los únicos que enviaron sus tropas a combatir (junto a EE.UU.) contra el ejército del dictador Sadam Hussein. La campaña militar de la invasión de Irak comenzó el 20 de marzo de 2003 y se completó el 1 de mayo del mismo año, cuando se dieron por concluidas las operaciones militares de envergadura contra el régimen iraquí. Eso lo sabían en su momento y lo saben muy bien en 2010 el propio Javier Solana, Felipe González, y el mismísimo Zapatero. Las tropas españolas llegaron a Irak (junto a las de otros 32 países, incluyendo las de otros 14 Estados miembros de la actual UE) después de concluidas las operaciones militares de la coalición invasora liderada por Washington, para desarrollar una tarea humanitaria necesaria de apoyo a la población civil, en condiciones de altísimo riesgo, y con muy poco apoyo de la opinión pública española sometida a una constante campaña de desinformación y desprestigio a cargo de la máquina propagandística del PSOE.

Los españoles tampoco quisieron darse por aludidos cuando el falso paladín de la paz, José Luis Rodríguez Zapatero, decidió abrazar la contradicción supina y demonizar a Aznar mientras apoyaba plenamente el nombramiento del anfitrión de la Cumbre de las Azores (el portugués Durao Barroso) para presidir la Comisión Europea en 2004 y en 2009, y al Primer Ministro danés Anders Fogh Rasmussen (uno de los principales aliados europeos de George Bush) para convertirse en Secretario General de la OTAN en 2009. Con una opinión pública española inerme ante tanta desfachatez made in Spain, el gobierno Zapatero sigue tratando a Aznar en 2010 como si fuese la personificación de la peste bubónica; lo cual denota un claro complejo de inferioridad que es, por otro lado, del todo comprensible, dada la propensión de Zapatero a hacer el ridículo en el exterior y a ser ninguneado en cada cita internacional de relevancia a la que asiste. 

Decepciona, aun así, que alguien como Solana se apreste en septiembre de 2010 a jugar un papel tan patético en esta mediocre dinámica zapateríl, traicionando la esencia de su trabajo al frente de instituciones atlánticas y paneuropeas que por definición están por encima de la estéril y caduca dicotomía izquierda-derecha que tanto se usa en nuestra desfasada España. Decepciona también Felipe González por seguir mostrándose incapaz de asumir la más mínima reflexión autocrítica para apoyar la regeneración de un PSOE (en el que se “crió” Zapatero) que huele profundamente a podrido. Y decepciona comprobar que tanto ciudadano español decidió rendirse sin pestañear ante la deplorable dictadura mental impuesta por unos pseudo-progresistas que han convertido la política española en una imposición de pensamiento único que solo denota una incultura democrática supina y una falta de alternativa política espeluznante. Con un gobierno dedicado a hacer oposición a la oposición, en lugar de a gobernar, quizás lo más esperpéntico es que Solana pretenda dar lecciones de política exterior al mundo mientras el primero que ha ignorado por completo el legado de Solana en materia exterior ha sido Zapatero, el líder de su propio partido, plegándose a alianzas con los regimenes más detestables del globo.

Escribía recientemente Martín-Miguel Rubio Esteban (en su artículo “Naciones delincuentes”, El Imparcial, 24.09.2010), que el ansia de permanencia en el poder está indignificando la figura de Zapatero: apoya lo que odia, capta los votos de los diputados vascos comprándolos con el dinero del erario público, lo que representaba en Roma un delito de “ambitus”, que conllevaba la muerte civil, resucita con negros encantamientos y desentierra los viejos odios de contiendas civiles para ganar apoyos fundados en el odio remoto, y no en la concordia actual, separa, envenena, se contradice, siembra cizaña, renuncia, en fin, a sus ideas socialistas y de izquierda por el poder. En sólo siete años ya es el retrato de nauseabunda senectud de Dorian Gray”. Resulta pues profundamente decepcionante que Javier Solana intente echar un capote al PSOE de este agónico Zapatero, a cargo de su propia experiencia internacional en la OTAN y en la UE. Una apuesta arriesgada que acaba por retratar tanto a Solana como a González en esa misma “nauseabunda senectud de Dorian Gray” que desdibuja la faz de Zapatero.

Hace meses, Manuel Chacón escribía en una magistral columna que España no alcanzará una auténtica madurez y mayoría de edad política, y el necesario civismo reivindicado ya por los regeneracionistas y la generación del 98, si los españoles no aprendemos a asumir nuestra historia, toda nuestra historia, y a superar nuestros propios complejos como nación y como pueblo mediante la educación, la cultura y el respeto mutuo, y en especial mediante un conocimiento histórico que sea fundamento de una convivencia equilibrada, establecido en los términos que ya señalaron los clásicos, es decir: proceder de buena fe, apartar todo encono sectario, y someter a una sana crítica constructiva toda la información aportada por las más diversas fuentes”. (“Falange española y la reconciliación nacional”, Diario Crítico, 22.03.2010).

No les vendría mal a muchos en la España de 2010 zambullirse en este análisis redentor para escapar de tanto desvarío pseudo-intelectual y tanta dictadura ideológica. Decepciona ver que quien supuestamente trabajó tanto en el pasado al servicio de España, se pliegue ahora a una estrategia miserable de servicio exclusivo a unas siglas que se me antojan ya gastadas y contradictorias, apoyando un discurso incoherente donde los haya. Alegra el comprobar que, ante esta decepción limitada, muchos aun mantenemos la esperanza ilimitada de que un nuevo momentum político está a punto de comenzar, en el que nuevos líderes dejarán de buscar en el pasado excusas para dividirnos, y se centrarán en mirar al futuro para apoyarse mutuamente a la hora de dar respuesta a los problemas de los ciudadanos. Parece claro que Zapatero, González y Solana se han autoexcluido ya de ese nuevo momento de futuro.  

     Alvaro Ballesteros

Experto en Seguridad Internacional y Política Exterior

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