El profesor Anton Costas, uno de los mejores economistas de este país aunque no sea mediático ni provocador, definía esta noche la huelga general como "ritual". Me parece muy acertada la expresión, que viene a decir "porque toca". Hay reforma laboral, hay recorte de prestaciones sociales, en consecuencia parece que a los sindicatos les "toca" armar la bulla y poner el país patas arriba. Aunque empobrezca aún más la economía y el bolsillo de los huelguistas a los que se recortará el salario de un día.
Parece que los grandes sindicatos están obligados a montarle una huelga general a cada gobierno que se sucede en este país. "Toque" o "no toque", aunque sólo sea para rearmar la moral de sus afiliados. No hay imagen más prepotente que la del sindicalista adueñado del centro de una gran avenida, con silbato, megáfono y pancarta.
Como siempre ha habido guerra de cifras. Para los convocantes parece que no hubieran abierto ni los puestos de chuches cuando la realidad es que sin la acción de los piquetes la normalidad ciudadana habría sido la tónica. De tanta normalidad se circulaba mejor que un día cualquiera por Barcelona, excepción de las zonas donde los piquetes quisieron reverdecer la imagen trágica de la Barcelona "rosa de fuego". Con un transporte público reducido a tres horas de servicio, ¿quién iba a a ir al ambulatorio si luego se quedaba sin retorno? La Generalitat, con dos de los tres partidos del tripartito favorables a la huelga, dictó unos servicios mínimos que aseguraban la paralización de las fábricas aunque sólo fuera por falta de medio de locomoción.
La enseñanza pública está encabronada por otros motivos y la sanidad ya está tan bajo mínimos de personal que no se notaba la terapia de emergencia: funcionaba casi con la plantilla habitual.
La manifestación de la tarde, solapada con el partido Rubin Kazan-Barça, dicen los sindicatos que fue multitudinaria. Si hubieran sido 400.000 como nos quieren hacer creer, habría habido más manifestantes que huelguistas, teoría que sería de libro.