Como ya es sabido, a estas alturas, el mundo desarrollado está tratando de superar, la crisis financiera norteamericana del 2007/8 y la crisis fiscal europea del 2009/10.
En realidad, se trata de una suma de crisis de “balances” superpuesta a un cambio estructural de magnitud, representado, taquigráficamente, por la irrupción de China, como potencia mundial.
A los efectos de analizar el ajuste global, dos son los tipos de problemas que enfrenta el mundo.
El primero, el ajuste del balance de los sobre endeudados consumidores norteamericanos y su efecto sobre el sistema financiero y las finanzas públicas. El segundo, es el problema de balance de los Estados europeos, y sus efectos sobre el sistema financiero europeo y sus problemas fiscales estructurales.
En el primer caso, la situación norteamericana, la explosión de la burbuja del crédito inmobiliario destruyó violentamente los balances privados. El valor de los activos se desplomó, mientras los pasivos permanecían nominalmente, igual. Esto se trasladó a los balances de las instituciones financieras, provocando pánico generalizado.
La “solución”, sin defraudar a los inversores de bajo riesgo (depositantes y tenedores de bonos del Tesoro), implicó garantizar “la intangibilidad de los depósitos” (sin ley obviamente), el pago de la deuda pública y, simultáneamente, acciones de política para intentar elevar el valor de los activos de riesgo (dado que no se pueden licuar los pasivos, sin defraudar a los depositantes): tasa de interés cero, inundación de liquidez, gasto público, compra de activos tóxicos, etc.
Este es un ajuste muy gradual, y mucho más lento del que “tolera” la ansiedad política y social. Una forma de acelerarlo es devaluando el dólar, de manera de mejorar la competitividad de las exportaciones norteamericanas y de los sustitutos de importaciones, tratando de generar más trabajo industrial, más rápidamente.
Del otro lado del océano, el problema es relativamente diferente –los vasos comunicantes del sistema financiero impiden una separación más taxativa-.
Los problemas de “balance” los tienen los Estados mediterráneos que financiaron con deuda la continua expansión de sus gastos públicos. La “solución”: ajustar el gasto, subir impuestos, reprogramar la deuda, devaluar. Ninguna de esas alternativas está disponible plenamente.
El gasto y los impuestos tienen límites político-sociales, reprogramar la deuda implica una crisis financiera de magnitud (dada la exposición a la deuda pública de los bancos europeos), y la devaluación sólo puede hacerse de manera colectiva y “pareja” para todos, de manera que no se gana competitividad, ni se sustituye importaciones “intraeuropa”, sino marginalmente, contra el resto del mundo.
La solución adoptada, entonces, también gradualismo moderado: baja de gastos, aumento de impuestos, anuncios de ajuste del gasto “estructural” con la esperanza de cambiar expectativas y movilizar la inversión privada para recuperar la economía y compensar la recesión de corto plazo.
Una política monetaria más laxa, aunque menos agresiva que la de la FED y la presión sobre Alemania, (hacia dónde huyeron los fondos que se mantienen en el Euro) para que aumente su gasto dentro de Europa.
Otra vez, la solución fácil sería que Alemania revaluara su moneda respecto del resto. Pero hay una sola moneda y, además, el modelo alemán es el de ahorrar y exportar, no el de gastar e importar. Todo esto entonces, también a contramano de la ansiedad política y social.
Hasta aquí, mirando sólo Estados Unidos y Europa.
Los norteamericanos tienen que devaluarse contra el Euro. Los europeos contra el dólar. Y los europeos mediterráneos contra Alemania.
El problema, por ahora, lo ha resuelto el sector privado, a favor de Estados Unidos, y en un marco en que las elecciones norteamericanas generan cierta “mirada benévola” del resto de los gobiernos del mundo desarrollado, respetuoso por no influir, en lo posible, en las “internas” de cada país.
Sin un escenario de “fin del Euro y default” los fondos que habían huido de Europa hacia el dólar, volvieron, en parte al Euro, desalentados por la tasa cero y aprovechando los rendimientos de la “revaluación” de éste desde el piso del primer trimestre. Todo temporario y atado con alambres.
Pasando al Asia. Japón, en su propio laberinto, quiere devaluarse también contra el Euro y el dólar, para ver si puede, por esa vía, reanimar su economía, mientras todos le piden lo contrario.
Pero como, al final del día, todos los desarrollados tienen que devaluarse, la alternativa ha sido, o buscar refugio en activos que no se licuen contra las monedas, Oro, commodities o, los más arriesgados, moverse hacia monedas “exóticas” del mundo emergente.
Y eso me lleva a los nuevos actores del cambio estructural: China, y todo el mundo emergente, que deberían, como contribución a la “paz mundial”, aumentar su consumo interno y suavizar su modelo exportador. Pero carecen, en general, en especial China, de las instituciones político - económicas adecuadas para hacerlo rápidamente.
Como se mencionara, muchos de los que huyen de la devaluación del dólar, en medio del Asia emergente, y que irían hacia la moneda China, si existieran la libertad y las instituciones adecuadas, se movieron hacia el yen, que es un mal sustituto pero garantiza derechos de propiedad. Y los que prefieren América Latina, obviamente, se inclinaron hacia Brasil, que tiene el tamaño y un marco institucional relativamente razonable, comparado con países más pequeños, o con instituciones mucho más débiles, aún.
El resultado de todo esto, más allá de la voluntad e intereses de los gobiernos, ha sido la revaluación real de todas las monedas “receptoras de flujos comerciales y financieros" y más de las emergentes. Y dentro de las monedas emergentes, más aquéllas que han generado mayor grado de confianza en sus mercados de capitales y su “clima de negocios” en general, respecto del resto, que se revaluó, exclusivamente, como la Argentina, por los mejores precios de los commodities exportados.
Pero la revaluación afecta el modelo “exportador/sustituidor de importaciones” de esos países que sienten que los norteamericanos en particular y los desarrollados en general, les piden ahora una “colaboración proporcional” para suavizar el ajuste global.
A lo que asistimos, entonces, en medio de un cambio estructural de fondo, es a una tensión subterránea por ver quién le traslada a quién, vía revaluaciones/devaluaciones, parte del costo del ajuste europeo/norteamericano/japonés.
No es un tema menor, porque si se carecen de instrumentos fiscales y monetarios adecuados que puedan compensar estas presiones naturales, remar contra la corriente de la revaluación emergente, sólo con política cambiaria, no sólo resulta inútil, si no que genera un costo inflacionario de magnitud, como lo ha probado la Argentina de los últimos años.
En síntesis, la guerra cambiaria la protagonizan los Estados, pero las “armas” las tiene el sector privado. Luchar contra las tendencias de fondo de las monedas, más allá de la coyuntura, requiere de un arsenal institucional, fiscal y monetario, del que muchos países carecen, en especial el nuestro, arrastrado por la corriente global y, pensando, como siempre, que es “su propia decisión”.