miércoles 29 de septiembre de 2010, 09:40h
Seguramente hoy también debería de escribir sobre la huelga general, o sobre las últimas declaraciones de uno u otro político, o quizás sobre el resultado de las elecciones en Venezuela, pero, sin embargo, nada me parece más urgente que volver la mirada hacia Sakineh Mohammadi Astiani, la mujer que se ha librado de la lapidación para ser asesinada en la horca. Porque esa ha sido la brutal sentencia a la que ha sido condenada después de que en los últimos meses miles de personas hayan manifestado su protesta y solidaridad con Sakineh Astiani. Han sido tantas las voces que se han alzado contra la sentencia de lapidación que al final el Fiscal General de Irán, ha decidido que muera ahorcada.
Veo su foto en los periódicos, en el que apenas se vislumbra su rostro y siento rabia y un estremecimiento al pensar que en este siglo XXI una mujer puede ser asesinada por el Estado acusada de adulterio y luego de complicidad por la muerte de su esposo.
Ninguna prueba hay sobre estos hechos, y los hijos de Sakineh Astiani han gritado al mundo la inocencia de su madre, pero todo ha resultado inútil. Irán se rige por un sistema que nada sabe de derechos humanos, ni de juicios justos. Aplican unas leyes que están fuera de la realidad porque hoy la Historia anda por el siglo XXI.
Es difícil luchar contra el fatismo y la irracionalidad, y desgraciadamente no sólo en el caso de Sakineh Astiani, sino que además de Iran, en otros lugares del mundo, llamense Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia, etc, las mujeres continúan siendo poco menos que objetos.
De cuando en cuando noticias como la condena a muerte de Sakineh logran colocarse en los periódicos y en la televisión, pero desgraciadamente el suyo no es el primer caso ni será el último de mujeres condenadas a morir lapidadas o ahorcadas por un supuesto delito que tiene que ver con fidelidad al varón.
Si Naciones Unidas sirviera para algo debería de promover una iniciativa en pro de los derechos de las mujeres en el mal llamado Tercer Mundo. Se trataría de algo tan simple como que fueran consideradas ciudadanas. Ya sé que para eso antes habría que promover la democracia, porque en definitiva es una cuestión de democracia y libertad, de la defensa de unos valores que se basen en el respeto a los seres humanos y no en costumbres infernales como las que se gastan en países como Irán. Duele pensar en la batalla perdida por la vida de Sakineh Astiani.