Hoy comienza en la Audiencia Provincial de Málaga el juicio del “caso Malaya”, quizá el mayor, o el más conocido, de los escándalos de corrupción política de la democracia española. El procesado principal es, como saben, quien fuera asesor de urbanismo del ayuntamiento de Marbella desde los tiempos de Gil y Gil, José Antonio Roca, pero hay otros 94 acusados, unos también importantes en la trama y otros secundarios, entre los que se encuentran los ex alcaldes Julián Muñoz y Marisol Yagüe, la tonadillera Isabel Pantoja (que será juzgada junto a Julián Muñoz en una pieza aparte, por presunto blanqueo de dinero), así como concejales, abogados, promotores, economistas, marchantes de arte y otros personajes en los que Roca se apoyó supuestamente para amasar una fortuna que la Fiscalía cifra en 245 millones de euros. Además, hay otras tres personas que están en busca y captura por la Justicia.
Para este juicio, que podría prolongarse durante un año, están acreditados unos 300 periodistas, y tendrá un seguimiento exhaustivo no sólo en las secciones de información de tribunales (que sería su lugar natural), sino en la prensa rosa y en los vertederos de la tele-basura. Lo que es “ni más ni menos” que una trama en la que se mezclan prevaricaciones, delitos fiscales y contra la ordenación del territorio, falsificación de documentos, cohecho, manipulación para alterar el precio de las cosas y un sistemático atentado a los derechos de los marbellíes, que no se merecen estas tropelías, todo eso --que es tan grave y tan serio- va camino de convertirse, además de un asunto sobre el que decidirá un tribunal, en un espectáculo. Y no en algo que sea seguido desde el interés por castigar a los culpables y por dignificar la vida pública, sino en un patio de Monipodio, fuente de murmuraciones y conjeturas, de morbosos intereses en una trama de verdadera “novela negra”, mezclada con el género de la picaresca o de “cómo-hacerse-millonario-desde-un-cargo-público” en la España de los cuatro millones y picos de parados y de más de un millón de pobres de solemnidad.
Vivimos en la sociedad en que vivimos, y no hay vuelta de hoja. Tampoco nos vamos a convertir en tele-predicadores, aunque estemos convencidos de que otro mundo y otros centros de atención son posibles y, además, saludables. Pero anotamos esta voracidad de una parte de la sociedad española por convertirlo todo en espectáculo, y por fijarse más en la forma que en el fondo, en la anécdota que en lo sustancial, en la ropa o los coches o los relojes de los personajes de esta trama antes que de su indecencia. “Odia el delito y compadece al delincuente”, decía el consejo moral. En el “caso Malaya” habría que decir: odia el delito y dale la espalda al bochorno de convertirlo en espectáculo.por el país.