Los catalanes estamos llamados a las urnas el próximo 28 de noviembre, casualmente -o no- el mismo día que está llamado medio mundo a ver el Barça-Madrid. Y en estas elecciones probablemente habrá cambio de gobierno. Difícilmente el tripartito de Montilla podrá sumar la mayoría absoluta necesaria para aliarse de nuevo contra natura con ERC. Los socialistas y los independentistas, los dos principales partidos del gobierno, están hundidos en intención de voto, y aunque la voluntad de Montilla sería volver a constituir un tercer tripartito, parece ser que la aritmética y la voluntad ciudadana no les acompañará.
Y en ese escenario se abre la incógnita de cómo y de qué manera se puede constituir un cambio de etapa y, especialmente, de políticas en Cataluña. Esta comunidad autónoma es a día de hoy, por desgracia, la única comunidad autónoma donde el nacionalismo ha gobernado siempre desde la transición democrática. Los 23 años de pujolismo y los 7 de tripartitos han dejado una Cataluña cerrada al resto de España, en continuo debate identitario y secesionista, con menos empresas, profesionales y trabajadores que quieran instalarse en nuestra comunidad autónoma en beneficio de otros territorios de España. Una sociedad que después de estar 30 años gobernada por el nacionalismo, a pesar del cambio de etiquetas y de siglas, ha quedado empobrecida culturalmente por las obsesiones identitarias, las prohibiciones y las imposiciones lingüísticas, con menos libertades y menos oportunidades.
Cualquier catalán que sea capaz de hacer autocrítica, cosa poco habitual entre nosotros en el campo político, se da cuenta de que esa es la realidad. Y no es momento de cerrar los ojos y acudir al clásico victimismo nacionalista echando la culpa de nuestra deriva al resto de españoles. Es hora de reconocer que las cosas se han hecho mal y de que hay que virar esta política de ombliguismo y confrontación hacia una política de apertura, colaboración y sinergias con el resto de comunidades autónomas trabajando de la mano de las instituciones del Estado y no contra ellas.
Estoy convencido de que algún día, y quizás en menos años de los que muchos puedan imaginar, los que no somos nacionalistas deberemos unir fuerzas para que se produzca de una vez por todas la verdadera alternancia política en Cataluña. Probablemente, si le preguntáramos a los votantes socialistas, populares y “ciudadanos” si les gustaría que en un futuro gobernase la Generalitat un ejecutivo postnacionalista, para todos, cuyo fin fuera gestionar mejor nuestras competencias y cuyas principales preocupaciones fueran la mejora del bienestar de los ciudadanos, rehacer los puentes que algunos han dinamitado con el conjunto de España, y abandonar las políticas de imposición identitaria y los debates diarios sobre la independencia, seguro que habrían más partidarios que detractores. Pero esa previsible voluntad ciudadana no tiene correspondencia, lamentablemente, en los líderes locales del PSC y del PPC ni en las estrategias de los dos principales partidos nacionales. Ambos partidos, unos convirtiéndose en un partido nacionalista más para alcanzar el poder y los otros asumiendo que juegan el papel de comparsa de CIU a cambio de que estos les apoyen para gobernar en un futuro la Moncloa, han renunciado a ser una alternativa al nacionalismo. Así como en el País Vasco se asumió hace años que algún día, como finalmente han hecho López y Basagoiti, los constitucionalistas tendrían que sumar, en Catalunya, a pesar de que CIU y ERC están planteando hacer referéndums de independencia, a pesar del desacato a la sentencia del TC que lideran Montilla y Mas, en Cataluña ese cambio verdadero de rumbo ni se lo plantean los partidos de ámbito nacional o sus compañeros de federación. Porque PSC y PPC más que la convivencia en Cataluña, lo que defienden hoy por hoy es la conveniencia, la de sus partidos y sus cuadros. Renuncian a combatir democráticamente con las ideas y las papeletas en las urnas al nacionalismo, a cambio de que ERC o CIU pacten con ellos después de las elecciones y les permitan mantener sus cuotas de poder en la Generalitat o en la Moncloa, convirtiendo a los ciudadanos que votan a estos partidos en mera moneda de cambio.
Después del 28 de noviembre es probable que quien gane las elecciones lo haga por mayoría simple, y el futuro presidente de la Generalitat se verá obligado a hablar con otros grupos parlamentarios. Y es ahí donde Ciudadanos podría jugar un papel decisivo. La firmeza de nuestros principios primará sobre las sillas en el gobierno, al contrario que para socialistas y populares. Si Montilla o Mas quieren gobernar Cataluña con nuestros escaños exigiremos condiciones irrenunciables para la calidad de la convivencia y de nuestra democracia. El respeto y la vigencia de la Constitución en Cataluña, debiendo acatar y cumplir nuestro gobierno autonómico los cambios legislativos que comporta la sentencia del TC sobre el estatut; la derogación de todas las normas que hayan ido encaminadas a la imposición lingüística y demás políticas identitarias; la recuperación económica de Cataluña abriendo las puertas a la llegada de empresas, trabajadores y funcionarios de otros lugares de España y Europa con la correspondiente supresión de barreras laborales, lingüísticas o económicas; y la reforma política que permita una ley electoral con listas abiertas, limitación de mandato, primarias, financiación transparente de los partidos y un pacto anticorrupción que ponga fin a casos como Pretoria, Palau, y otros escándalos que han salpicado a la política catalana en las últimos años, serán condiciones irrenunciables para apoyar al futuro gobierno. Quien no acepte estos pilares básicos para un cambio de formas y de fondo en la Generalitat no solo no contará con nuestro apoyo sino que nos encontrará en la oposición, controlando al gobierno como únicos garantes de que estas premisas esenciales para el progreso de Cataluña estén en la hoja de ruta de la política catalana.
En definitiva, Cataluña necesita un cambio no sólo de políticos sino también de políticas, basándose en unos pilares fundamentales que nos permitirán volver a ser una sociedad abierta, cosmopolita, competitiva, leal con las Instituciones del Estado y que haga de nuestras características culturales y lingüísticas un activo y no un lastre para nuestro progreso.
La actitud cortoplacista de los dos grandes partidos nacionales en Cataluña hará imposible un cambio inmediato de políticas después de estas elecciones. Cataluña seguirá siendo la única comunidad autónoma que después de 30 años seguirá gobernada por los mismos. Pero los que queremos que se produzca un cambio, en fondo y forma, vamos a aprovechar estas elecciones para crecer y empezar a construir con perseverancia el camino hacia la Cataluña de todos.
Albert Rivera, Presidente de Ciutadans (C’s)