La noche ha tenido siempre un halo de misterio, un poder de atracción, que la ha hecho apetecible para todos aquellos -jóvenes y artistas especialmente- que buscan la inspiración, la aventura, el misterio o la intimidad. La actividad nocturna, probablemente, por esa singularidad que conlleva, ejerce para muchos una fascinación tal que los mueve a vivir “la nuit” y a dormir de día, cambiando así lo que parece ser el orden natural de la especie humana, ya que, al común de los mortales, nos ha parecido siempre que la luz del día es mejor para estudiar, trabajar, hacer actividades lúdicas, y que es mucho mejor aprovechar la noche para el descanso.
Pero, obviamente, no todos pensamos igual. Ni siquiera entre los monos se da la unanimidad. En los bosques de América Central y buena parte del Sur de ese mismo continente existe una especie de primates de pequeño tamaño -no más de 1 Kg. de peso-, que pasan por ser los únicos de costumbres estrictamente nocturnas. De hecho, se pasan el día durmiendo en las oquedades de los árboles. Se trata de los
llamados “monos de noche”, conocidos también por los nombres de miriquinás, titís tigres o micos dormilones.
Evolución
No sé si
Darwin llegó a formular su famosa teoría sobre la evolución de las especies estudiando al mono de noche. Entre unos y otros existen, desde luego, similitudes y diferencias, como existen también entre los miembros de ambas especies. Por ejemplo, el miriquiná casi nunca desciende al suelo, y en eso se parece mucho al hombre que frecuentemente anda por las nubes. El tití, sin embargo, es monógamo, mientras que el hombre tiende a menudo a la promiscuidad. Ambos también viven en grupos familiares, pero unos y otros grupos adoptan formas concretas y tienen un concepto muy distinto de esa institución.
Los hombres, en su afán por regular las relaciones sociales, hace ya siglos que formularon sus derechos y sus obligaciones y las reunieron en los llamados códigos. En uno de ellos, el código penal, incluyeron como agravante para ciertos delitos, el hecho de que se cometieran de noche (“con nocturnidad y alevosía…”, suelen decir). De los monos de noche, no hay constancia científica de que se rijan también por un código penal, pero todo nos hace pensar que, de existir, ellos habrían impuesto la diurnidad como agravante.
Vengo a decir todo esto porque, especialmente en España y en los últimos decenios, parece haberse impuesto la tendencia social a hacer de la noche el tiempo natural para el esparcimiento del ciudadano. No hay más que darse una vuelta por las zonas de marcha de pueblos y ciudades para llegar a la conclusión de que buena parte de la población ha debido de modificar sus naturales tendencias hasta subvertirlas, hasta el punto, de vivir de noche y dormir de día.
De acuerdo, admitamos que la noche está muy bien, pero a la otra mitad de los mortales, aquellos que preferimos el día para trabajar, estudiar, estar con la familia y los amigos, pasear, ir al cine o desarrollar cualquier otra actividad propia de la especie humana, pido que no se nos niegue la condición de seres normales por la otra mitad de la sociedad.
Y, si finalmente se llega a la conclusión de que, efectivamente, entre los ciudadanos españoles hay más cosas en común con los mandriles centroamericanos de las que yo pienso, solicito una revisión urgente del Código Penal.